Domingo, 14 de abril de 2019
Procesión: Lc 19,28-40
1ra lect.: Is 50,4-7
2da lect.: Flp 2,6-11
Evangelio: Lc 22,14-23-56
EVANGELIO
¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!
Lectura del santo Evangelio
según San Lucas. 19,28-40.
En
aquel tiempo Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a
Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos
diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico
atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os
pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El Señor lo necesita».
Ellos fueron y lo
encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les
preguntaron: -¿^Por qué desatáis el borrico?
Ellos contestaron: -El
Señor lo necesita.
Se lo llevaron a Jesús,
lo aparejaron con sus mantos, y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la
gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada
del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron
a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo:
¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria
en lo alto!
Algunos fariseos de
entre la gente le dijeron: -Maestro, reprende a tus discípulos.
El replicó: -Os digo
que, si éstos callan, gritarán las piedras.
Palabra del
Señor.
PRIMERA
LECTURA
No oculté el
rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado.
Lectura del profeta
Isaías. Is 50,4-7.
Mi Señor me ha dado una
lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada
mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios
me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los
que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a
insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por
eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Palabra de Dios.
Salmo
responsorial. Sal
21,8-9.17-18a.19-20.23-24.
R./ Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Al verme se burlan de
mí,
hacen visajes, menean
la cabeza:
«Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto
lo quiere».
R./
Me acorrala una jauría
de mastines,
me cerca una banda de
malhechores;
me taladran las manos y
los pies,
puedo contar mis
huesos.
R./
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi
túnica.
Pero tú, Señor, no te
quedes lejos;
fuerza mía, ven
corriendo a ayudarme.
R./
Contaré tu fama a mis
hermanos,
en medio de la asamblea
te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo;
linaje de Jacob,
glorificadlo;
temedlo, linaje de
Israel.
R./
SEGUNDA
LECTURA
Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó
sobre todo.
Lectura de la carta del
apóstol San Pablo a los Filipenses. Flp 2,6-11.
Hermanos:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando
por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó
sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra en el abismo-, y toda
lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
Versículo antes del
Evangelio. Flp 2,8-9.
Cristo por nosotros se
sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó
sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».
EVANGELIO
Pasión de nuestro Señor
Jesucristo según San Lucas. Lc 22,14-23,56.
C. [Llegada la hora, se
sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo:
+ -He deseado
enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os
digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios.
C. Y tomando una copa,
dio gracias y dijo:
+ -Tomad esto,
repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto
de la vid hasta que venga el Reino de Dios.
C. Y tomando pan, dio
gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
+ -Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Después de cenar, hizo
lo mismo con la copa diciendo:
+ -Esta copa es la
Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.
Pero mirad: la mano del
que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va
según lo establecido; pero ¡ay de ese que lo entrega!
C. Ellos empezaron a
preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Los discípulos se
pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero.
Jesús les dijo:
+ -Los reyes de los
gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar
bienhechores. Vos otros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros
pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve.
Porque ¿quién es más,
el que está en la mesa o el que sirve?; ¿verdad que el que está en la mesa?
Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que
habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me
lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os
sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.
C. Y añadió:
+ -Simón, Simón, mira
que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti
para que tu fe no se apague.
Y tú, cuando te
recobres, da firmeza a tus hermanos
C. El le contestó:
S. Señor, contigo estoy
dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.
C. Jesús le replicó:
+ -Te digo, Pedro, que
no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.
C. Y dijo a todos:
+ -Cuando os envié sin
bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?
C. Contestaron:
S. -Nada.
C. El añadió:
+ -Pero ahora, el que
tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que
venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo
que está escrito: «Fue contado con los malhechores». Lo que se refiere a mí
toca a su fin.
C. Ellos dijeron:
S. -Señor, aquí hay dos
espadas.
C. El les contestó:
+ -Basta
C. Y salió jesús, como
de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar
al sitio' les dijo:
+ -Orad para no caer en
la tentación.
C. El se arrancó de
ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:
+ -Padre, si quieres,
aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.
C. Y se le apareció un
ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más
insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo.
Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos
por la pena, y les dijo:
+ -¿Por qué dormís?
Levantaos y orad para no caer en la tentación.
C. Todavía estaba hablando,
cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se
acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo:
+ -Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?
C. Al darse cuenta los
que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron:
S. -Señor, ¿herimos con
la espada?
C. Y uno de ellos hirió
al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino
diciendo:
+ -Dejadlo, basta.
C. Y, tocándole la
oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo,
y a los ancianos que habían venido contra él:
+ -¿Habéis salido con
espadas y palos como a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vos
otros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las
tinieblas.
C. Ellos lo prendieron,
se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía
desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor,
y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada
sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo:
S. -También éste estaba
con él.
C. Pero él lo negó
diciendo:
S. -No lo conozco,
mujer.
C. Poco después lo vio
otro y le dijo:
S. -Tú también eres uno
de ellos.
C. Pedro replicó:
S. -Hombre, no lo soy.
C. Pasada cosa de una
hora, otro insistía:
S. -Sin duda, también
éste estaba con él, porque es galileo.
C. Pedro contestó:
S. -Hombre, no sé de
qué hablas.
C. Y estaba todavía
hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a
Pedro y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de
que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró
amargamente.
Y los hombres que
sujetaban a Jesús se burlaban de él dándole golpes.
Y, tapándole la cara,
le preguntaban:
S. -Haz de profeta: ¿quién
te ha pegado?
C. Y proferían contra
él otros muchos insultos.
Cuando se hizo de día,
se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, y, haciendo
e comparecer ante su sanedrín, le dijeron:
S. -Si tú eres el
Mesías, dínoslo.
C. El les contestó:
+ -Si os lo digo, no lo
vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora el Hijo del
hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.
C. Dijeron todos:
S -Entonces, ¿tu eres
el Hijo de Dios?
C. El les contestó:
+ -Vosotros lo decís,
yo lo soy.
C. Ellos dijeron:
S. -¿Qué necesidad
tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.]
C. El senado del
pueblo, o sea, sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a
presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo:
S. -Hemos comprobado
que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen
tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.
C. Pilato preguntó a
Jesús:
S. -¿Eres tú el rey de
los judíos?
C. El le contestó:
+ -Tú lo dices.
C. Pilato dijo a los
sumos sacerdotes y a la turba:
S. -No encuentro
ninguna culpa en este hombre.
C. Ellos insistían con
más fuerza diciendo:
S. -Solivianta al
pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.
C Pilato, al oírlo,
preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes,
se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, al ver a
Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque
oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro.
Le hizo un
interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos
sacerdotes y los letrados acusándolo con ahinco.
Herodes, con su
escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura
blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y
Pilato, porque antes se llevaban muy mal.
Pilato, convocando a
los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo les dijo:
S. -Me habéis traído a
este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he
interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de
las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya
veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento
y lo soltaré.
C. Por la fiesta tenía
que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:
S. -¡Fuera ése!
Suéltanos a Barrabás.
C. (A éste lo habían
metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.)
Pilato volvió a
dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían
gritando:
S. -¡Crucifícalo,
crucifícalo!
C. El les dijo por
tercera vez
S. -Pues, ¿qué mal ha
hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es
que le daré un escarmiento y lo soltaré.
Ellos se le echaban
encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío,
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había
metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su
arbitrio.
Mientras lo conducían,
echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron
la cruz para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío
del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia
ellas y les dijo:
+ -Hijas de Jerusalén,
no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que
llegará el día en que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han
dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los
montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si
así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
C. Conducían también a
otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
Y cuando llegaron al
lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ -Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen.
C. Y se repartieron sus
ropas echándolas a suerte.
El pueblo estaba
mirando.
Las autoridades le
hacían muecas diciendo:
S. -A otros ha salvado;
que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.
C. Se burlaban de él
también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
S.-Si eres tú el rey de
los judíos, sálvate a ti mismo.
C. Había encima un
letrero en escritura griega, latina y hebrea: «ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS».
Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo:
S. -¿No eres tú el
Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.
C. Pero el otro le
increpaba:
S. -¿Ni siquiera temes
tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque
recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.
C. Y decía:
S -Jesús, acuérdate de
mí cuando llegues a tu Reino.
C. Jesús le respondió:
+ -Te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el paraíso.
C. Era ya eso de
mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde;
porque se oscureció el sol. EL velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús,
clamando con voz potente, dijo:
+ -Padre, a tus manos
encomiendo mi espíritu.
C. Y dicho esto,
expiró.
El centurión, al ver lo
que pasaba, daba gloria a Dios diciendo:
S. -Realmente, este
hombre era justo.
C. Toda la muchedumbre
que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían
dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos se
mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea y que estaban mirando.
[Un hombre llamado
José, que era senador, hambre bueno y honrado (que no había votado a favor de
la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba
el Reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo,
lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde
no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la
Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acampanado desde
Galilea fue ron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la
vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al
manda miento.]
Palabra del
Señor.
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