TRIDUO PASCUAL
Domingo, 20 de abril de 2019
Primera lectura Génesis
1, 1-2, 2
Segunda lectura: Génesis 22, 1-18
Tercera lectura: Éxodo 14,15-15,1
Cuarta lectura (Isaías 54, 5-14)
Quinta lectura: Isaías 55, 1-11
Sexta lectura Baruc 3, 9.15.32,4-4
Séptima lectura Ezequiel 36, 16-28
Primera Lectura: Romanos 6, 3-11
Evangelio Lucas 24, 1-12
¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?
"Una vez
se acordó de un sabio teólogo que había ido, cuando él estaba todavía de
novicio, a celebrar la Pascua en el convento.
El Sábado
Santo por la mañana había subido al púlpito con una pila gruesa de librotes.
Durante dos
largas horas, había predicado a los ingenuos monjes, empleando palabras sabias,
para explicarles el misterio de la Resurrección.
Hasta
entonces los monjes consideraban la resurrección de Cristo como cosa
simplísima, naturalísima; jamás se habían preguntado acerca del cómo ni del por
qué…
La
Resurrección de Cristo les parecía tan simple como la salida diaria del sol y
ahora este teólogo erudito con todos sus libracos y toda su ciencia embrollaba
todas las cosas…
Cuando se
hubieron recogido en las celdas, el viejo Manassé dijo a Manolios:
Que Dios me
perdone, hijo, pero este año es la primera vez que no he sentido a Cristo
resucitar". (Nikos Kazantzakis)
Para los
primeros cristianos decir: "Dios ha resucitado a Jesús de entre los
muertos" era algo tan natural como respirar. No necesitaban ni largos
sermones ni explicaciones complicadas. Y saludarse con un "Cristo ha
resucitado" era tan apropiado como nuestro rutinario "buenos
días".
Fue el primer
grito de fe, de vida nueva, y victoria definitiva.
La victoria
de la Resurrección de Jesús nos concierne también a nosotros. Estamos llamados
a compartir y experimentar la Resurrección de Cristo.
Dejemos de
"buscar al que vive entre los muertos"; dejemos de resistirnos a
salir de nuestras tumbas. La piedra y las piedras de todas las tumbas han sido
quitadas y somos invitados a vivir la novedad de la vida nueva, resucitada.
Los
cristianos de hoy nos identificamos más con el Viernes Santo.
La Pasión, el
sufrimiento, la sangre, la guerra, las víctimas, todos somos víctimas o nos
identificamos con las víctimas… La muerte es glorificada y las pantallas se
llenan de tragedia. Y las calles se llenan de procesiones de Cristos
ensangrentados.
Somos el
pueblo del Viernes Santo y de los funerales abarrotados.
¿Y el
Día de Pascua? ¿Y el domingo, día pascual? Pascua, el día más joven del
año, día de la risa, de la alegría, de la muerte vencida, el día sin mortajas,
sin piedras y de puertas abiertas… No sabemos cómo vivirlo.
Tan
acostumbrados estamos a la seriedad de los funerales que no sabemos qué hacer
con la fuerza nueva; tan acostumbrados estamos a vivir como víctimas que nunca
nos sentimos liberados; tan pesadas las lápidas que pensamos que ni Dios las
podrá remover.
El día de
Pascua es el día de dar la espalda a todos los camposantos del mundo para
abrazar gozosamente a los hermanos, la esperanza y la vida.
En este mundo
lleno de desgracias, la compasión es un sentimiento estéril y teatral.
Los
cristianos, los cristianos de la Pascua, somos convocados a ejercer el
ministerio de la esperanza y de la fe de la Pascua.
¡Qué hermoso!
Una mujer, María Magdalena, predicó el primer sermón de Pascua de Resurrección.
Se lo predicó
a unos hombres que, muertos de miedo, habían echado la piedra al cenáculo.
Menos mal que
la escucharon y creyeron y así comenzó a caminar un pueblo nuevo, el pueblo del
Día de la Pascua de Resurrección.
"María
Magdalena fue corriendo donde estaba Simón Pedro con el discípulo preferido de
Jesús y les dijo:
Se han
llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto" Jn 20,2
¿Ese "no
sabemos" se refiere también a nosotros?
Son muchas
las cosas que no sabemos, que nunca sabremos.
Hoy, Día de
Pascua, sí sabemos que Cristo ha resucitado, que Cristo vive, y que todo y
todos tendremos un "final feliz".
Exhortación final
(Tomado de B.
Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 173)
Te damos gracias, Padre, Señor
de la vida,
porque Cristo resucitó hoy del
sepulcro. ¡Aleluya!
Él es el lucero matinal que no
conocerá ocaso.
Ésta es la noche venturosa que
une cielo y tierra,
cuando la muerte fue vencida
por la vida.
Ésta es la noche en que por todo
el universo
los que confesamos nuestra fe
en Cristo resucitado
somos liberados del pecado y
restituidos a la gracia.
¡Feliz culpa que
nos mereció tal Redentor!
Éste es el día en
que actuó el Señor, ¡aleluya!,
sea nuestra alegría y nuestro
gozo, ¡aleluya!
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