TRIDUO PASCUAL
Domingo, 19 de abril de 2019
Is 52, 13-53.12
He 4,14-16; 5-7
Jn 18, 1-19: 42
Miren al que levantaron en la cruz. Miren a
Jesús, al hombre que pasó su vida haciendo el bien. Miren al Hijo
de Dios, sucio y roto, crucificado por nosotros. Mírenlo, sí, pero con los ojos
del corazón, con los ojos del amor, con los ojos de su madre.
Es Viernes Santo, día de luto para la gran
familia cristiana,
Día de derramar una lágrima sincera por Jesús,
Día de congregarse en familia para despedir al
hermano y contar juntos sus bondades.
Miren y empiecen a subir la escalera que lleva
por la cruz a la puerta del cielo.
Uno de los grandes recuerdos de mi infancia
está para siempre asociado a una escalera, que a mi niño, me parecía inmensa.
La escalera del Viernes Santo. La escalera del Descendimiento de Jesús de la
cruz. Mi boca y mis ojos se abrían grandes mirando unos hombres que subían por
la escalera y poco a poco y con gran cuidado bajaban a Jesús de su cruz.
Era como aquel primer Viernes Santo cuando
Nicodemo y José de Arimatea bajaron a Jesús de su cruz y se lo entregaban a su
madre María.
Hoy, hermanos y hermanas, les invito a todos a
hacer memoria y recordar algo, alguien, que en un Viernes Santo ya lejano
se grabó para siempre en su corazón. Yo con mis ojos de niño recuerdo la cruz
altísima plantada delante del altar y la escalera inmensa por la que subían y
bajaban a mi Jesús ensangrentado, al Jesús de mi infancia.
Este Viernes
Santo del 2019 es más Viernes Santo que nunca para nosotros. Año de guerra, de
destrucción y muerte, los cimientos de la tierra y de la humanidad se han
estremecido una vez más y hemos contemplado la negrura del corazón humano.
Junto a la
cruz de Jesús, una escalera para llegar hasta él, para subir al cielo. Mis
palabras, hoy, quieren ser una invitación a todos los cristianos del Pilar a
subir por la escalera que Dios y la iglesia ponen a nuestro servicio a lo largo
de nuestro vivir.
Dice una
hermosa leyenda que Dios bajaba todos los días por una escalera para caminar y
conversar con Adán y Eva por el jardín del Edén. Y el día en que desobedecieron
y pecaron Dios retiró la escalera y nunca más la usó. Comenzó la vida errante y
peregrina y Adán y Eva se convirtieron en los primeros emigrantes, los primeros
buscadores de un sueño terrenal y americano que nunca encontraron. Sin la
escalera por la que Dios bajaba a ellos, todos los sueños son estériles.
La Biblia nos
cuenta la historia de otra escalera, la de Jacob. Este huía de la ira de su
hermano y una noche cansado del camino se quedó dormido y, en sueños, vio una
escalera que llegaba hasta el cielo y por ella bajaban y subían los ángeles. Al
final de la escalera estaba Dios. Dios bendijo a Jacob y a todos sus
descendientes.
Pero cuando
llegó la plenitud de los tiempos, cuando Dios quiso que su amor por nosotros se
hiciera palpable y visible, cuando Dios quiso bajar de nuevo para estar con
nosotros, nos envió una escalera que une cielo y tierra, ésta se llama Jesús.
Jesús, el
justo, ajusticiado.
Jesús, el
hombre para todos, crucificado por nosotros.
Jesús, el
hombre que bajó por la escalera del amor para conversar con nosotros, para
plantar la cruz de la salvación en el Gólgota, una cruz que llega hasta el
cielo, que abre el cielo y que Dios bendice.
Cristo, dice
la carta a los Filipenses, "apareciendo en su porte como un hombre
cualquiera, se humilló y obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz. Por
ello Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre."
Este Cristo,
humillado y obediente, escándalo para unos y locura para muchos, este Cristo y
su cruz son, hoy, la escalera por la que nosotros estamos llamados a subir para
heredar la gloria.
Este Cristo
del que nosotros hacemos memoria en este Viernes Santo no es una reliquia del
pasado. Es eterno presente, diaria presencia en medio de su pueblo.
Hermanos y
hermanas, miren a su Señor. No son los clavos los que hacen que Cristo esté en
la cruz clavado. Es el amor por usted, el amor por todos nosotros, y sólo el
amor el que hace que Cristo no baje de la cruz.
Hermanos y
hermanas, miren a su amante crucificado como si fuera la primera vez y decidan,
hoy, subir por la escalera de la cruz hasta los brazos del Padre. Él es el
final del viaje. Jesús y su cruz son escalera y puente para cruzar hasta la
orilla de la vida sin fin.
Hermanos y
hermanas, miren al que traspasaron, es Jesús. Jesús no tiene doble. Es Él. No
hay otro. No hay otra cruz, otra escalera, otro amor que pueda salvar. Y en
este Viernes Santo nosotros miramos y miramos pero sobre todo le pedimos que
nos mire él, que nos ame él, que nos ayude con su gracia a poner nuestros pies
en el primer escalón que sube hasta su corazón.
Por esta
escalera José de Arimatea, Nicodemo y otros amigos bajarán a Jesús de su cruz y
lo pondrán en brazos de María, su madre.
María fue la
primera escalera por la que Jesús bajó a visitarnos, la primera escalera para
hacerse hombre como nosotros, la primera escalera por la que el ángel bajó el
día de la Anunciación, y el primer peldaño fue su sí.
María,
escalera santa, al pie de la cruz, nos ofrece a todos a recibir a su hijo para
hacerlo nuestro hermano, nuestro Señor y Salvador.
Sí, Jesús es
la única escalera a subir pero ¿quién nos enseñará a subir por ella?
¿Quién nos
dará el valor para vencer el vértigo de la altura?
¿Quién nos
acompañará en esta ascensión?
¿Quién
fortalecerá las rodillas vacilantes?
¿Quién
señalará los peldaños más eficaces?
¿Quién? La
iglesia, nosotros, comunión de hermanos que nos recordamos hoy y siempre que
Jesús es la escalera que nos lleva hasta el Padre.
¿Quién? La
iglesia, que a través de los sacramentos nos libera del peso de la culpa y nos
devuelve la alegría de la salvación.
¿Quién? La
iglesia, que nos recuerda que para subir esta escalera no hay que llevar ningún
peso, sólo el peso de un gran amor a Jesús y a los hermanos es la carga que
podemos llevar a la espalda.
¿Quién? La iglesia del Pilar es para nosotros, una escalera por la que
Jesús sube y baja hasta nosotros sus hijos.
Exhortación final
(Tomado de B.
Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 171)
¡Victoria! ¡Tú reinarás! ¡Oh cruz, tú nos salvarás!
El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató;
De ti, madero santo, nos viene la redención.
Extiende por el mundo tu reino de salvación;
Oh cruz fecunda de vida y bendición.
Impere sobre el odio tu reino de caridad:
Alcancen las naciones el gozo de la unidad.
Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad;
El río de la gracia apague la iniquidad;
La gloria por los siglos a Cristo libertador;
Su cruz nos lleve al cielo, la tierra de promisión.
(E. Malvido-D. Julián)
Amén
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