Domingo, 17 de mayo de 2020
CITAS BÍBLICAS
- Primera
lectura: Hch
8,5-8,14-17: Así hubo gran alegría en esa
ciudad.
-
Salmo Responsorial: 65, 1-7.16-20: Vengan
a ver las obras de Dios.
- Segunda lectura: 1P 3,15-18: Estén
siempre listos a dar razón de su esperanza.
- Evangelio: Jn 14,15-21: Al que me ama lo amará mi
Padre, y yo también lo amaré…
Misión evangelizadora – El Paráclito
Misión evangelizadora: La Iglesia es misionera o no
es Iglesia, dijo el papa Pablo VI en la conocida Carta Encíclica, Evangeli
Nuntiandi (El anuncio del Evangelio). En el fragmento de los Hechos de los Apóstoles
que leemos hoy observamos al apóstol Felipe en misión evangelizadora. Viéndolo
en su contexto, parecería disonante que un judeocristiano como Felipe, se
arriesgara a entrar en tierra de samaritanos a compartir su fe. Sabemos que
judíos y samaritanos tenían una histórica rivalidad que los había llevado a
maltratarse con fuertes agresiones y a guardar odios dañidos de parte y parte.
Por obra y gracia del Espíritu Santo, y por el noble y
sabio servicio del apóstol Felipe, la predicación de la Buena Noticia dio
muchos frutos. El anuncio respetuoso del Evangelio y los frutos vistos en la
comunidad de Samaría, son señal de que el Espíritu del Señor estaba con ellos.
En este tiempo hay una fuerte y necesaria disertación
acerca de la misión evangelizadora en
las Iglesias cristianas. Le debemos mucho a los misioneros y misioneras que
vinieron a estas tierras a anunciar la Buena Noticia. Es admirable ver cómo
muchas personas se desprenden de su familia, de su país, de su cultura y se
internan en las comunidades indígenas de Latinoamérica y el Caribe, en el
África, Asia y Oceanía. Pero también es cuestionante la estrategia de muchas
misiones y la forma como ha sido utilizada la religión para fundamentar
invasiones, zaqueos, destrución de pueblos y colonizaciones.
La humanidad ha sido testigo silente de choques
culturales en los que la cultura más debil desde el punto de vista bélico,
siempre ha llevado las de perder. Para no ir tan lejos, basta ver cómo nuestros
pueblos latinoamericanos fueron arrasados y esclavizados por la arrogante
cultura europea, con una sed insaciable de oro, poder y dominio, todo ello
apoyados con el “Derecho Divino” y el sofisma de anunciar el evangelio a estos
salvajes. La colonización en Norte América fue más destructora para los nativos
porque los colonos ingleses se establecieron con sus familias y lo único que
buscaban era acabar como fuera a los “salvajes indios”, para quedarse con lo
único valioso que ellos tenían: la tierra.
La espada y la cruz fueron cómplices de muchos vejámenes
a la humanidad. “Antes de la misión, nosotros teníamos las tierras y ellos
tenían la Biblia. Ahora nosotros tenemos la Biblia y ellos se quedaron con
nuestras tierras”. Decía un poblador africano, quien se lamentaba sobre la
forma como los europeos dominaron su pueblo.
Afortunadamente como Iglesia algo hemos avanzado, pero
todavía nos falta. Hablamos mucho de ecumenismo y diálogo interreligioso; pero
si partimos de la premisa de que nosotros tenemos la razón y los demás están
equivocados, tal vez no podamos dialogar. Si seguimos afirmando que nosotros
somos la verdadera iglesia y las demás son tan sólo un intento de comunidades
cristianas llamadas a volver al auténtico seno, que el único camino para llegar
a Dios es el nuestro y en las demás religiones hay tan sólo primitivos
vestigios de religiosidad… entonces, ¿podremos entablar un diálogo abierto para
comunicar experiencias de salvación y aunar esfuerzos para construir un mundo
mejor? Pongámonos en los zapatos de los otros: ¿Será que podemos dialogar cuando
sabemos que la única solución es aceptar que estamos absolutamente equivocados?
Nos dice el fragmento de los Hechos que el gentío
escuchaba con aprobación lo que decía Felipe y la ciudad se llenó de alegría. A
pesar de ser enemigos declarados, la presencia y la predicación del
judeocristiano Felipe en Samaría, fue causa de gran alegría. La humandidad
vieja nos ha enseñado que en el mundo hay ganadores y perdedores y que tenemos
que competir, luchar contra otros, dejar a un lado a muchos rivales y engañar,
si es necesario, para ser ganadores, para tener éxito, para estar arriba.
Tenemos que hacer un nuevo ejercicio para aprender a ganar, sin llevarnos a
nadie por los cuernos, sin perdedores, sin vencidos. Un nuevo juego de la
pirinola: todos ponen, todos toman, todos ganan. Nuestra lucha no ha de ser
contra personas específicamente, sino contra la vieja humandiad que habita en
todos. La única perdedora será la infelicidad, la mediocridad y la muerte.
¿Entonces no vamos a comunicar nuestra experiencia de
fe a otros pueblos, a otras culturas? ¡Claro que sí vamos a comunicar nuestra
experiencia de salvación! Debemos dar razón de nuestra esperanza, escribió
Pedro en la segunda lectura (1P 3,15-18). En
medio de las crisis más profundas por las que puede pasar la humanidad, de las
injusticias y las opresiones, tenemos que dar testimonio de porqué creemos, por
qué vivimos en esperanza, por qué nos empeñamos en confiar en la misericordia y
en la voluntad salvífica de Dios. Porque el amor se manifestó en Jesucristo quien
murió, resucitó y sigue dando vida al mundo. Porque somos testigos de la forma
como Jesucristo transforma radicalmente la vida de las personas y de las
comunidades. Porque aunque hemos experimentado sufrimientos, como todos los
seres humanos, también hemos disfrutado las mieles de una vida nueva conducida
por el Espíritu Santo por cuyo poder fue resucitado Jesucristo de entre los
muertos.
Todos tenemos que ser misioneros y anunciar
convencidos la razón de nuestra esperanza. En nuestras casas, en nuestros
trabajos, aquí, allá, en la Cochinchina o en la Patagonia. Que otras personas
tengan la posibilidad de conocer a Jesús y seguir sus pasos, pero no podemos
hacer proselitismo desprestigiando las demás experiencias religiosas, ni
imponer nada a nadie. Dar razón de nuestra esperanza, como dijo Pedro: con
mansendumbre, respeto y buena conciencia.
El Paráclito: El fragmento del Cuarto Evangelista
(o Evangelio según san Juan) que leemos hoy, manifiesta en primera medida en
qué consiste el amor a Jesús. “Si me aman, guardarán mis
mandamientos”. Eso es amar a Jesús: guardar los mandamientos. Fijémonos que no
se habla simplemente de cumplir unas leyes impuestas desde fuera y vigiladas
estrictamente por la autoridad religiosa. Se trata de guardar, es decir llevarlos
bien dentro, en lo más profundo de nuestro ser. Sucede que muchas veces la
religión impone unas normas, una moral que debe ser cumplida por los seguidores
porque de lo contrario cometen pecado y merecen castigo.
Aquí
se trata de guardar, de interiorizar, de reflexionar, de asimilar la Palabra.
En otras palabras, se trata de que la propuesta de Jesús inunde nuestro
interior, transforme todo nuestro ser y haga de nosotros personas con calidad.
Es que sólo una persona con calidad, puede obrar de buena manera con
autenticidad, no por amenaza de pena o de castigo, sino porque es natural según
su grandeza humana.
De
manera hermanas y hermanos que ese es el primer ejercicio que ofrece hoy el
Evangelio: interiorizar, guardar como un tesoro precioso la Palabra, la
propuesta de Jesús. Dejar que obre desde nuestro interior y haga de nosotros
personas con calidad ética, con calidad humana.
Vale
aclarar que cuando Jesús habla de “guardarán mis mandamientos” no se pide esto porque Él hubiera dado otra serie de mandamientos aparte de
los contenidos en la ley mosáica, o porque impulsara el legalismo judío. Para
Jesús no hay más mandamiento que el amor a Dios, a uno mismo y al prójimo.
Amamos a Jesús, somos sus seguidores en la medida que despleguemos todo nuestro
amor tal como él lo hizo. ¡El desafío es gitantesco!
El Evangelio que leímos hace
ocho días terminaba invitando a hacer las obras de Jesús: “Les aseguro que el que cree en mí, también hará las
obras que hago yo, y las hará aún más grandes. Pues yo me voy al Padre.” (Jn
14,12). Jesús ya hizo su obra, esta es la hora nuestra, esta es la hora de la
Iglesia. Ahora nos corresponde a nosotros continuar con su obra.
Quien
guarda en su interior el mensaje de Jesús y deja que transforme su vida, podrá
realizar sus mismas obras. Y ojo que no se trata de obras de poder, de dominio.
Porque podríamos pensar como el tentador: “uy sí vamos a convertir las piedras
en pan, vamos a calmar las tempestades, a demostrar a todo el mundo que tenemos
el poder de Jesús”. Y eso es lo anuncian a granel muchos predicadores
mediáticos. El Cristo de poder, el Cristo Superstar, el Cristo hecho a la
medida de sus intereses de fama, de reconocimiento y de dinero por supuesto.
Las
obras de Jesús son sobre todo las obras de amor, de misericordia, de servicio
generoso a favor de la vida. Y ese es en realidad el poder más grande: el poder
del amor que impulsa a defender y dignificar la vida. Que ayuda a vencer el
mal, la injusticia, el miedo. A creer que es posible un mundo mejor, a creer
que es posible cambiar y transformar primero nuestro mundo interior para
hacernos más libres, más amorosos, más fuertes, más dignos y seguidamente a
transformar el mundo para que sea más digno de ser vivido.
Pero continuar la obra de Jesús, amar como Él amó no es
tarea fácil. Para ser continuadores de su misión necesitamos la misma dinámica
y fuerza salvadora que lo impulsó a Él: el Paráclito, el Espíritu de la verdad,
el Espíritu Santo. La palabra paráclito viene del verbo griego parakalein, que
significa el llamado para ayudar, acompañar, aconsejar. Es el abogado, el
intercesor, el consolador.
Recordemos hermanas y hermanos que Jesús realizó la
obra del Padre y nosotros estamos llamados a continauar esa misión salvadora,
la cual se realizará sólo con la ayuda del Paráclito, que es enviado por Jesús,
de parte del Padre (Jn 15,26 y 16,7). Con la fuerza del Paráclito nosotros como
comundiad daremos testimonio de Jesús (Jn 15,26) y seremos conducidos a la
verdad plena (Jn 16,13).
Al dar testimonio de Jesús resucitado, la piedra
desechada por los arquitectos, convertida en piedra angular, necesariamente la
comunidad entrará en conflicto con el mundo. Al dejarse conducir por el
Paráclito a la verdad plena (verdad que sin lugar a dudas la encontrará en
Jesús), la comunidad cristiana descubrirá la falsedad del mundo (Jn 16,7-10).
Al descubrir y enfrentar la falsedad, la injusticia existente entrará en
conflicto con el mundo.
Por esto, como afirma Josep Oriol Tuñí, dejarse
conducir por el Paráclito lleva a que se entre en conflicto: “En este contexto,
el Paráclito ha de chocar con la oposición del mundo, que continúa el proceso
contra Jesús (si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes: (Jn
15,20) y su tarea fundamental será dar testimonio de Jesús mediante el
testimonio de los discípulos (Jn 15,26-27). La oposición que encontró Jesús la
enontrarán también el Paráclito y los discípulos”.[1]
Vale aclarar que aquí el
término mundo tiene una connotación negativa. Es todo lo opuesto al proyecto de
Jesús, el mundo del egoísmo, del afán de dinero y poder, de la injusticia y la
opresión. Es
todo el sistema corrupto que atenta contra la vida, la libertad, la dignidad y
los demás derechos humanos.
Por eso dice el texto que el
mundo no conoce al Paráclito; porque sólo entiende el lenguaje del poder y de
los miedos humanos, a veces camuflados de gradeza. El mundo no entiende el
lenguje de Jesús y su movimiento: la defensa del pobre; no sabe qué es eso de
ponerse junto al necesitado para caminar con él, para defenderlo y para
dejarnos conducir a la verdad plena.
Si caminamos con Jesús, si
asumimos su proyecto y lo continuamos, comprenderemos este lenguaje que el
mundo de la injusticia no conoce y que combate porque descubre su falsedad. El
Paráclito será nuestro guía, nuestro consejero, nuestro defensor; y nos ayudará
a descubrir la realidad de Jesús y la equivocación del mundo. Frente a la
aparente victoria del príncipe de este mundo, comprenderemos en carne propia la
victoria de Jesús y su causa salvadora. Ojalá que, a partir de una auténtica
conversión interior, podamos realizar la obra salvadora de Jesús a favor de la
vida abundante siempre conducidos por el Paráclito.
Oración
Señor Jesús te bendecimos,
te alabamos, te ensalsamos, te damos gracias. Para ti sea la gloria, el honor,
el reconocimiento, la bendición, porque tú eres la expresión más patente del
amor misericoridioso de Dios, Padre y Madre. A ti nos unimos con fe, con
confianza, con deseos sinceros de ser continuadores de tu obra salvadora a
favor de toda la humanidad.
Nos disponemos a ser
evangelizadores con toda la Iglesia, con todas las Iglesias, con todos los
hombres y mujeres que creen en ti y en ti han encontrado salvación y vida
eterna. Te damos gracias por tantos evangelizadores y evangelizadoras que nos
han comunicado tu Palabra, tu Espíritu, tu proyecto, en medio de los errores
propios de su época, de las comprensiones, de las mentalidades que hoy ya
estamos superando. Te pedimos que nos purifiques, que nos libres de todo tipo
de fundamentalismo para anunciarte con vigor, con pasión, con fuerza, con
energía, pero también con humildad, con sencillez de corazón y con generosidad
de espíritu.
Pedimos que tu Espíritu
Paráclito siempre nos acompañe. Porque como seres humanos somos débiles, a
veces fallamos, nos desanimamos, nos equivocamos de camino, podemos desviar la
sagrada misión que nos encomientas. Contamos con el Parácito para que nuestras
opciones, nuestra lucha, nuestra entrega, nuestra causa, sea la tuya. Contamos
contigo, contamos con el Paráclito, cuenta con nosotros. Estamos en camino
contigo, hasta el final de los tiempos… Amén.
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