sábado, 16 de mayo de 2020

Aceptar es amar



Color: BLANCO

Domingo, 17 de mayo de 2020

CITAS BÍBLICAS

-      Primera lectura: Hch 8,5-8,14-17: Así hubo gran alegría en esa ciudad.
-      Salmo Responsorial: 65, 1-7.16-20: Vengan a ver las obras de Dios.
-      Segunda lectura: 1P 3,15-18: Estén siempre listos a dar razón de su esperanza.
-      Evangelio: Jn 14,15-21: Al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré…


"ACEPTAR ES AMAR"

Por P. Wilkin Castillo

El amor es la base sólida donde se sustentan los proyectos que tenemos en la vida y los sueños por alcanzar, ya sean proyectos religiosos, sociales, económicos y este sentir conecta muy bien con las palabras de Jesús en el Evangelio de este: “Si me aman, guardarán mis mandamientos”. Por eso afirmamos con propiedad que aceptar es amar y todo el que ama asume, cuida, encarna y se hace responsable de aquello que se le encomienda y se le confía. El amor a inicio de nuestra era cristiana fue tan poderoso que llevó a los discípulos a aceptar la misión como un reto y un desafío en medio de aquel mundo árido y tosco en el cual se entendía poco el nuevo mensaje propuesto y el estilo de vida exigente y se resistían a lo que se le comunicaba, pues no lo quería aceptar como real.

Por eso, la evangelización y misión de los primeros cristianos fue un proceso serio de amor, dolor, sacrificio y tuvieron que usar todo tipo de estrategias, recordemos al gigante Pablo cuando llega a Atenas y se dirige a los atenienses reconociendo que ellos son muy religiosos, y tienen la fama de ser cuna de la sabiduría, ya que mientras él caminaba por sus calles y viendo sus monumentos sagrados se encontró con un altar dedicado al dios desconocido, pues, nos dice Pablo al que ustedes adoran sin conocerlo, a ese les vengo a anunciar.

Otra vez resalta la fuerza del amor en las palabras de Jesús y es que el amor tiene una fuerza regeneradora y curativa, por eso en la primera carta de corintio 13 se afirma que no hay nada más poderoso y perfecto que el amor. “Yo le pediré al Padre que les de otro defensor, que esté siempre con ustedes”.  Es que Jesús sabe que al misionero le vendrán momentos de muchas pruebas y solo no podrá salir victorioso de estas, por lo tanto, ya en labios de Jesús se anuncia la llegada del Espíritu Santo y nos van preparando para ese gran encuentro espiritual que viene a nosotros: “El Espíritu de la verdad”.  El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; ustedes en cambio, lo conocen porque vive con ustedes y está con ustedes. Cuando Jesús se refiere al mundo, es un sinónimo de aquel o aquellos que están en pecado y la gracia santificante no habita en ellos, es como cuando afirma en el evangelio de Juan vino a los suyos y los suyos no lo recibieron.  Ese mismo Espíritu de la verdad como lo define Jesús no les dejaré huérfanos, volveré dentro de poco y el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán porque yo sigo viviendo.

Al parecer solo el que tiene el Espíritu con él podrá ver y tener a Jesús para siempre. El que no tiene el Espíritu Santo es considerado un muerto en vida, ya que lo que realmente nos empuja y nos anima es este Espíritu Santo. Es muy común escuchar decir, en lenguaje sencillo, esa persona no tiene espíritu, es lo mismo que decir, esa persona está desanimada, le falta una fuerza interior que le motive a lanzarse y a conquistar lo que realmente quiere en la vida y lo que Dios le manda a conquistar.  El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama lo amará mi Padre y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Aquí podemos decir que amor con amor se paga, cosechamos en la vida lo que sembramos, si sembramos amor, cosechamos amor, si sembramos odio cosechamos odio, si sembramos división cosechamos división.

 Finalmente, la realización y la remuneración de todo discípulo misionero es poder gozar de la presencia reveladora de Dios en su vida, es decir, poderlo contemplar cara a cara y decir con alegría y a viva voz como dijo el anciano Simeón: ahora Señor puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador.


VI Domingo de Pascua.  Ciclo A



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