sábado, 25 de abril de 2020

HOMILIA: III Domingo de Pascua. Ciclo A

“UN CORAZÓN QUE ARDE”
P. Wilkin Castillo
Color: BLANCO

Domingo, 26 de abril de 2020

CITAS BÍBLICAS

-          1ra lect.: Hch 2,14.22-33.
-          SaL 15,1-2.5.7-1
-          2da lect.: 1P 1, 17-21
-          Evangelio: Lc 24, 13-3


Por lo visto ya desde este tercer Domingo de pascua las lecturas nos vienen preparando para el gran día de pentecostés, pues en la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles se nos anuncia que ese día, Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra:
“Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchen mis palabras y enterence bien de lo que pasa. Escúchenme, israelitas: les hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocen. Conforme al designio previsto y sancionado por Dios, se lo entregaron, y ustedes, por mano de paganos, lo mataron en una cruz. Pero Dios lo resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”.
Por los datos que nos suministra Pedro la vida de Cristo no se acaba con la muerte, para nosotros los cristianos con la muerte es cuando realmente comienza la verdadera vida de Jesús, la muerte es la puerta que se abre a la vida en Dios. Viene a mi memoria a propósito de todo esto las palabras que nos regala Martín Descalzo en su libro “Testamento del Pájaro Solitario”, nos dice Martín: “Morir sólo es morir. Morir se acaba, Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba.” 
La muerte no deja de ser un misterio en nuestro diario vivir. Por muchos que sean los adelantos de la humanidad, nuestra vida sigue afectada por la muerte, en mayor o menor dimensión. No siempre sabemos cómo afrontar esta realidad tan amarga y difícil de aceptar.

 Si consideramos que la muerte es el final de todo, entonces nuestra existencia, nuestra vida queda mutilada y sin sentido, pero si creemos que la muerte es un paso a otra vida, entonces nuestra muerte y nuestra vida adquieren una nueva dimensión, tienen un sentido. Somos cristianos y la fe nos dice que con la muerte no se acaba todo. Que al morir nacemos a otra forma de vida, que no todo termina con la muerte.
Es como el niño que se encuentra feliz en el vientre de su madre, para él es  la única manera de vivir, pues no conoce otra forma de vida, se ha acostumbrado a vivir así. Cuando le llega la hora de tener que dejar su mundo, tiene la sensación  que todo se acaba, que no va a poder vivir de otra manera. Para él no hay más mundo que el que conoce, ni hay otra vida fuera del vientre de su madre. Pero no se da cuenta, que la vida más completa, más libre, está precisamente afuera de ahí, en el mundo exterior.
El evangelio es el famoso pasaje de los dos discípulos de Emaús: “Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo”.  Jesús es el hombre cercano, compasivo, aquel que siempre ha caminado a nuestro lado. Pero al parecer, no siempre somos capaces de reconocerlo, estamos tan centrados en nosotros mismos y en nuestros planes que no somos capaces de mirar un poco más allá de nuestras narices, y todo esto congela nuestra fe y no nos permitimos avanzar espiritualmente.
“Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.” Empieza la profesión de fe de los dos discípulos al reconocer a Jesús como un profeta con coherencia de vida, es decir, lo que decía de labios lo realizaba en obras, hoy en nuestro mundo carecemos de este sentir.
 “¡Qué necios y torpes son para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”
“Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.” Aunque estemos pasando por momentos de incertidumbre, sentimos que el Señor nos acompaña, que se ha quedado con nosotros y va caminando a nuestro lado y nunca serán mayores las dificultades que nuestra capacidad para hacerles frente.
Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Es el mayor regalo que podemos recibir, reconocerle a él, tesoro incomparable y fuente inagotable de amor.
“¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Que tu palabra nos queme por dentro, para que cumplamos exteriormente tu voluntad.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Que seamos capaces de decir con el salmo: “Señor, me enseñarás el sendero de la vida.”

¡Feliz Pascua de Resurrección. Aleluya. Aleluya!
  
¡Feliz Pascua de Resurrección. Aleluya. Aleluya!



III Domingo de PASCUA.  Ciclo A

26 de abril de 2020



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