Domingo, 10 de noviembre de 2019
CITAS BÍBLICAS
- 1ra lect.: Macabeos 7,
1-2.9-14
- Sal 144
- 2da
lect.: II Tesalonicenses 2, 15-3,5
- Evangelio: Lc 20, 27-38
OPERACIÓN
SALIDA
Conversaban dos
gemelos en el vientre materno y uno dijo: “Yo creo que hay vida después de
nacer”.
Su hermanito le
contestó: “No, no es posible. Esto es todo lo que hay. En este oscuro y
agradable lugar lo único que tenemos que hacer es comer a través de el cordón
umbilical”.
Su hermano
insistía: “Tiene que haber algo más que este oscuro lugar. Tiene que haber algo
donde haya luz y nos podamos mover con libertad”. Pero no conseguía convencer a
su gemelo.
Después de un
largo silencio, entre titubeos, le dijo: “Te diré algo más, creo que hay una
madre”.
Su hermano
furioso le espetó: “¿Quién te ha metido semejante idea en la cabeza? Yo nunca
he visto una madre y tú tampoco. Este lugar es todo lo que tenemos y te diré
que aquí se está muy bien y yo no quiero ir a ninguna otra parte”.
“¿No sientes, a
veces, una cierta presión? Yo creo que esta incómoda presión es síntoma
que tenemos que estar listos para salir de aquí a otro lugar más hermoso y
entonces veremos a nuestra madre cara a cara. ¿No crees que la operación salida
será maravillosa?”
Esta
conversación entre los dos gemelos se refleja en el evangelio de hoy entre los
saduceos, los que no quieren ir a ninguna parte, y Jesús, el que le dice a
Nicodemo que hay que nacer de nuevo.
Conversación que
mantienen los saduceos de todos los tiempos y los creyentes.
La trampa
saducea, ingeniosa y terrícola, ¿de quién será la esposa en la otra vida, si la
hay, la mujer que para cumplir la ley del levirato fue esposa de siete maridos?
Esta discusión
religiosa y novelesca tuvo que ser en su día muy interesante.
Hoy,
desgraciadamente, hablamos de todo, pero hacemos pocas preguntas a la Biblia, a
Jesús y a su Iglesia.
Los saduceos
seguro que pensaron ahora sí que te hemos pillado.
Los ateos de hoy
se despachan con el dicho archirepetido: “Todavía no ha venido nadie del otro
mundo, luego no hay nada”.
Cierto, las
leyes de aquí, incluida la ley del amor físico, se viven aquí y mueren aquí.
La ley del amor
se vive aquí y en el más allá. El amor de Dios, el sí a Dios y a la vida, para
Jesús y los creyentes no tiene fecha de caducidad, es para siempre.
El Dios de Jesús
es un Dios de vivos porque en él todos están vivos.
Los muertos son
los que tienen los ojos cerrados: Los resucitados son los que los tienen
abiertos.
Sí, aquí se está
muy bien, en este gran vientre que es la tierra, en este inmenso y maravilloso
universo, pero todos sentimos la presión imperiosa por la perfecta unidad, la
plenitud total, la felicidad sin límites que nos hacen pensar y desear un
vientre nuevo, una madre y un padre nuevo al que veremos cara a cara.
Cuanto más
pienso en esta realidad más me convenzo de que me sobran todas las grandes
ideas y los argumentos ingeniosos. Me sobran los catecismos porque me sobra
todo eso que dicen que debemos creer. Hacemos mucho hincapié en lo que hay que
creer y poco en quién hay que creer.
La vida
cristiana no es un recetario mágico de ideas y prácticas sino una relación cada
día más cordial, más íntima con Jesucristo.
Todo es gracia.
Todo es cuestión de fe. ¿Creo o no creo en las promesas de Dios?
¿Creo o no creo
en el Jesús con el que converso aquí todos los domingos?
Jesús en el
Tabor hablaba con Moisés y Elías de su éxodo, de su operación salida.
Los hombres
queremos tenerlo todo controlado y cada día son más numerosos los que hacen
testamento vital, expresan sus últimos deseos, cómo y dónde quieren morir. Testamento
que debería incluir la apuesta por la vida en el futuro, prueba de que no hemos
vivido sin sentido y de que nos sometemos a la voluntad de Dios nuestro Padre.
John Owen,
pastor puritano, lo expresó con estas palabras: “Escriban: estoy aún en el país
de los vivos. Se detuvo y dijo: No cambien eso. Estoy en el país de los que
mueren, pero espero estar en el país de los que viven”.
Pedro
Casaldáliga lo expresó con estos versos.
Y seremos
nosotros,
para siempre,
como eres Tú el que fuiste,
en nuestra tierra,
hijo de María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
para siempre,
como eres Tú el que fuiste,
en nuestra tierra,
hijo de María y de la Muerte,
compañero de todos los caminos.
Seremos lo que
somos,
para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
para siempre,
pero gloriosamente restaurados,
como son tuyas esas cinco llagas,
imprescriptiblemente gloriosas.
Como eres Tú el
que fuiste,
humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
humano, hermano,
exactamente igual al que moriste,
Jesús, el mismo y totalmente otro,
Así seremos para
siempre exactos,
lo que fuimos y somos y seremos,
otros del todo, pero tan nosotros.
lo que fuimos y somos y seremos,
otros del todo, pero tan nosotros.
XXXII Domingo. Tiempo Ordinario – Ciclo C
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