Domingo, 23 de junio de 2019
Zac. 12, 10-11
Gal. 3,26-29
Lc. 9, 18-24
¿Quién es Jesús?
Como lo hace con mucha
frecuencia, en el Evangelio de hoy Lucas presenta a Jesús en oración. Él vive
en continua relación con el Padre y con los hermanos. La oración de Jesús no lo
aleja de la realidad sino que lo vincula tanto al Padre como a los demás. En la
oración entra en diálogo, en comunicación y en comunión con el Padre y con los
hermanos. Ese mismo efecto debe hacer en nosotros la oración.
Como cristianos es
necesario que Jesús deje ser ese de allá afuera y pase a estar aquí dentro.
Deje de ser simplemente el protagonista de la película, el homenajeado de las ceremonias,
el tema de los congresos, a ser parte fundamental de mi vida personal, de mi
realización humana y de mi felicidad. Que no sea sólo el que le da nombre a
nuestras comunidades y a nuestra cultura cristiana sino que realmente sea
el que, desde dentro, mueva nuestras familias, nuestra vida comunitaria y de
nuestros procesos de crecimiento integral como sociedad.
Teniendo en cuenta que
Jesús, como el verdadero amor, no se impone sino que se propone y se dispone
para amar y dejarse amar, para dar y construir un proyecto que realice
plenamente nuestra humanidad tanto a nivel personal como comunitario.
Vale la pena que como
cristianos nos preguntemos una vez más si para nosotros realmente Jesús es el
Mesías y qué tipo de Mesías es. El texto de hoy nos ayuda a abrir el diálogo
para clarificar las cosas. Porque somos una cultura cristiana, la mayoría de
nuestros nombres propios tienen relación con Dios, muchos nos declaramos
creyentes, nos declaramos cristianos, pero a veces ignoramos inclusive lo que
significa la palabra Cristo.
Es necesario recordar que
Jesucristo no es un nombre propio, es una confesión de fe. O sea que decir
Jesucristo es afirmar que Jesús es el Cristo, el Mesías o el ungido; en griego,
en hebreo y en español respectivamente. Afirmar que Jesús es el ungido de Dios
es declarar que en él se cumplen todas las esperanzas de salvación que tenía el
pueblo de Israel y nuestras propias esperanzas como creyentes. El pueblo judío
esperaba un Mesías con varias concepciones a saber: un rey guerrero que ocupara
el solio de David, un Sumo Sacerdote, un profeta o incluso un siervo sufriente
tal como lo describe Isaías en los cánticos del Siervo (Is 42 - 50). Dicho Rey
debía implantar justicia, con la fuerza de las armas, es decir podía ser
guerrero o también un hombre pacífico que realizara su misión actuando en él
directamente la fuerza de Dios con señales milagrosas. A medida que pasaba el
tiempo el pueblo iba transformando sus esperanzas hasta convertirlas en una
figura escatológica, es decir en un anhelo de salvación definitiva para el
futuro. En el texto de hoy, elaborado a la luz de la Pascua, Jesús deja claro
que su mesianismo no es político militar, pero sí es reconocido como Mesías, el
Hijo del hombre en referencia al profeta Daniel 7,13.
Jesús como Mesías, como
Hijo de Dios, como enviado no se anunció así mismo. Anunció la Buena Noticia
del Reino de Dios. Jesús era portador de un mensaje, de una propuesta de vida,
de un proyecto que llevaba a la salvación para el ser humano. Proyecto que
empezó a hacer realidad en la comunidad de discípulos y discípulas. A lo largo
de la historia cristiana por muchos momentos se le ha dado más importancia a la
persona de Jesús, inclusive de Jesucristo como nombre propio, olvidando a Jesús
como el ungido del Señor y su mensaje: el Reinado de Dios y su justicia. Y
muchas veces cuando se habla de Jesús como Mesías, como salvador, se entiende
como salvador personal, como salvador de almas para el cielo, el perdonador de
pecados personales, totalmente desencarnado y alejado del Jesús histórico que
anunció la justicia del Reino, el advenimiento de una vida más digna para los
empobrecidos y de una nueva vida para todos.
Seguir a Jesús es vivir
como él, con su mismo compromiso con la vida, frente a Dios y frente a los
hermanos. Es asumir su misma causa: la justicia del Reino. Es negarse a hacer
transacciones con el poder que aplasta a los demás y denigra la vida de mucha
gente y asumir un compromiso de solidaridad con todos los desposeídos de la
tierra.
¿Jesús está allá afuera o
está dentro de nosotros? ¿Decimos de él lo que nos han dicho o lo hemos
experimentado? ¿Qué tipo de Mesías vemos en Jesús? ¿Estamos dispuestos a
seguirle hasta las últimas consecuencias o solo lo buscamos para que nos ayude
a tener éxito en la vida?
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