miércoles, 24 de abril de 2019

HOMILÍA: II Domingo de Pascua. Ciclo C


TIEMPO DE PASCUA
         
Color: Blanco:

Domingo, 28 de abril de 2019

-          1ra lect.: Hch 5, 12-16
-          Sal 117
-          2da lect.: Ap 1, 9-13.17-19
-          Evangelio: Jn 20, 19-31

Resucitó de veras
En las tres lecturas del II domingo de Pascua se hace presente la persecución. El libro de los Hechos nos deja ver las persecuciones por parte de los judíos: “Nadie se atrevía a juntárseles, pero el pueblo hacía grandes elogios de ellos” (Hch 5,13). Pero en medio de esas persecuciones, las comunidades daban testimonio de la acción de Jesús resucitado en sus vidas.
El autor del libro de Apocalipsis hace la siguiente presentación: “Yo, Juan, hermano de ustedes y con ustedes partícipe de la tribulación, del Reino de Dios, y de la paciencia que Jesús nos inspira, estuve desterrado en la isla de Patmos por predicar la Palabra de Dios y dar testimonio a favor de Jesús”.
Aquí se trata de las persecuciones romanas contra las Iglesias primitivas. Quienes se habían dispersado con la persecución judía, buscaron refugio en diversos sitios del imperio. Por su manera de vivir y de amarse entre ellos mismos, mucha gente se les acercaba, y ellos aprovechaban para dar testimonio, de manera explícita o implícita, del acontecimiento pascual. De esta forma constituían otras iglesias.

Las nuevas iglesias distribuidas por el imperio se hicieron sospechosas para las autoridades imperiales, quienes desataron otra persecución. Las persecuciones hacían que las comunidades se llenaran de miedo, se desanimaran, se vieran obligadas a vivir en la clandestinidad y otras veces se dispersaran.

El libro del Apocalipsis presenta a Jesús como el principio y el fin, el alfa y la omega. Es decir que, a pesar de que muchas veces pareciera que el mal dominara en el mundo y quienes aplastan la dignidad humana se aferren enfermizamente al poder y hagan lo que sea para mantenerlo, la muerte y la resurrección de Jesús son el testimonio más fehaciente de que el mal, la oscuridad y la muerte no tienen la última palabra: “No temas. Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive, pues aunque estuve muerto, ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo el poder sobre la muerte y las llaves del reino de los muertos” (Ap 1,17b-18).
El Evangelio de Juan dice que el día de la resurrección, primer día de la semana, por la tarde, estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Aquí nos encontramos nuevamente con la primera persecución por parte de las autoridades judías. Esta no es una crónica detallada de los hechos, sino un testimonio de la resurrección. Un instrumento para evangelizar y suscitar nuevas experiencias con el resucitado.

Jesús ofrece la paz, no el pacifismo. La paz del resucitado no es inmovilizadora, quietista y cómplice de un mundo dominado por el mal. La paz de Jesús va seguida de un envío: Así como el padre me envió, los envío yo a ustedes” (Jn 20,21). Lo mismo que hizo Jesús como enviado del Padre, lo debían hacer sus discípulos como enviados de Jesús. Ahí los discípulos se convertían en apóstoles, es decir en enviados.

Jesús no los lanzaba a una aventura incierta, sino a realizar un proyecto con un objetivo determinado: liberar al ser humano de todas las ataduras de la muerte, o sea del pecado. En ese trabajo no estarían solos, sino que contaban con una compañía que garantizaba su realización: El Espíritu. La fuerza del Espíritu del resucitado, vencedor de la muerte, los capacitaba para ser canales por medio de la cual Dios seguía dispensando las gracias a la humanidad. Por medio del testimonio de los apóstoles otras personas debían conocer y creer en Jesús para tener vida en su nombre. ¡Tremenda tarea la que tenemos todos los discípulos y apóstoles de Jesucristo!
La segunda parte del evangelio presenta la experiencia tardía con el resucitado que tuvo el apóstol Tomás. La fe cristiana no se puede trasmitir por ósmosis, ni imponer por medio de un decreto real, como se hizo en el tiempo de la cristiandad.
Tomás se negaba a reconocer que Jesús había resucitado. El testimonio de sus condiscípulos no era suficiente para aceptar tremendo acontecimiento. Sus compañeros eran otros, pues habían cambiado radicalmente. Su forma de ver el mundo, su fe, su esperanza y su alegría de vivir, no obstante las persecuciones, era algo que le llamaba la atención, pero no para aceptar que El Hombre estuviera vivo.
Sus compañeros se mostraron muy respetuosos con Tomás y no lo rechazaron ni lo presionaron para que aceptara este gran acontecimiento, esta Buena Noticia. Si el Evangelio se impone deja de ser Evangelio. Los procesos individuales son diferentes y hay personas que tardan más tiempo en experimentar a Jesús resucitado en sus vidas. Nosotros tampoco podemos presionar a nuestros seres queridos, amigos o familiares a que acepten a Jesús como salvador, sólo porque estamos convencidos que él es el Mesías resucitado. Si la persona está abierta a una experiencia nueva, llegará el momento en que se encuentre con Jesús resucitado, como le pasó a Tomás.
Los detalles de la narración quieren expresar cómo la resurrección de Cristo se hizo tan real en la vida de Tomás, de tal manera que no le quedó ninguna duda de ese acontecimiento. Esa experiencia hizo que Tomás expresara su alegría con estas palabras: ¡Señor mío y Dios mío!
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 473)
Te bendecimos, Padre, porque gracias a tu Hijo Jesucristo,
cuya resurrección alumbró una humanidad y un mundo nuevos,
los creyentes podemos tener una sola alma y un solo corazón,
testimoniando así el amor que él nos mandó y vivir como hermanos.
Señor, tú que eres más fuerte que nuestras divisiones,
perdona nuestro desamor, recelos, mezquindad y desconfianzas.

Queremos vivir unidos como hermanos en Jesús, para ser
y aparecer como una comunidad signo de Cristo resucitado;
comunidad de fe a la escucha de la palabra, comunidad de amor
y de vida, comunidad eucarística y de oración, comunidad
misionera, valiente y de puertas abiertas al mundo.  Que así sea.






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