TIEMPO DE PASCUA
Domingo, 28 de abril de 2019
- 1ra
lect.: Hch 5, 12-16
- Sal
117
- 2da
lect.: Ap 1, 9-13.17-19
- Evangelio:
Jn 20, 19-31
Resucitó de veras
En las tres
lecturas del II domingo de Pascua se hace presente la persecución. El libro de
los Hechos nos deja ver las persecuciones por parte de los judíos: “Nadie
se atrevía a juntárseles, pero el pueblo hacía grandes elogios de ellos” (Hch
5,13). Pero en medio de esas persecuciones, las comunidades daban
testimonio de la acción de Jesús resucitado en sus vidas.
El autor del libro
de Apocalipsis hace la siguiente presentación: “Yo, Juan, hermano de
ustedes y con ustedes partícipe de la tribulación, del Reino de Dios, y de la
paciencia que Jesús nos inspira, estuve desterrado en la isla de Patmos por
predicar la Palabra de Dios y dar testimonio a favor de Jesús”.
Aquí se trata de las persecuciones
romanas contra las Iglesias primitivas. Quienes se habían dispersado con la
persecución judía, buscaron refugio en diversos sitios del imperio. Por su
manera de vivir y de amarse entre ellos mismos, mucha gente se les acercaba, y
ellos aprovechaban para dar testimonio, de manera explícita o implícita, del
acontecimiento pascual. De esta forma constituían otras iglesias.
Las nuevas iglesias distribuidas por el
imperio se hicieron sospechosas para las autoridades imperiales, quienes
desataron otra persecución. Las persecuciones hacían que las comunidades se
llenaran de miedo, se desanimaran, se vieran obligadas a vivir en la
clandestinidad y otras veces se dispersaran.
El libro del Apocalipsis presenta a
Jesús como el principio y el fin, el alfa y la omega. Es decir que, a pesar de
que muchas veces pareciera que el mal dominara en el mundo y quienes aplastan
la dignidad humana se aferren enfermizamente al poder y hagan lo que sea para
mantenerlo, la muerte y la resurrección de Jesús son el testimonio más
fehaciente de que el mal, la oscuridad y la muerte no tienen la última
palabra: “No temas. Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive,
pues aunque estuve muerto, ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo el
poder sobre la muerte y las llaves del reino de los muertos” (Ap
1,17b-18).
El Evangelio de
Juan dice que el día de la resurrección, primer día de la semana, por la tarde,
estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Aquí
nos encontramos nuevamente con la primera persecución por parte de las autoridades
judías. Esta no es una crónica detallada de los hechos, sino un testimonio de
la resurrección. Un instrumento para evangelizar y suscitar nuevas experiencias
con el resucitado.
Jesús ofrece la paz, no el pacifismo.
La paz del resucitado no es inmovilizadora, quietista y cómplice de un mundo
dominado por el mal. La paz de Jesús va seguida de un envío: “Así como el padre me envió, los envío yo
a ustedes” (Jn 20,21). Lo
mismo que hizo Jesús como enviado del Padre, lo debían hacer sus discípulos como
enviados de Jesús. Ahí los discípulos se convertían en apóstoles, es decir en
enviados.
Jesús no los lanzaba a una aventura
incierta, sino a realizar un proyecto con un objetivo determinado: liberar al
ser humano de todas las ataduras de la muerte, o sea del pecado. En ese trabajo
no estarían solos, sino que contaban con una compañía que garantizaba su
realización: El Espíritu. La fuerza del Espíritu del resucitado, vencedor de la
muerte, los capacitaba para ser canales por medio de la cual Dios seguía
dispensando las gracias a la humanidad. Por medio del testimonio de los
apóstoles otras personas debían conocer y creer en Jesús para tener vida en su
nombre. ¡Tremenda tarea la que tenemos todos los discípulos y apóstoles de
Jesucristo!
La segunda parte del evangelio presenta la
experiencia tardía con el resucitado que tuvo el apóstol Tomás. La fe
cristiana no se puede trasmitir por ósmosis, ni imponer por medio de un decreto
real, como se hizo en el tiempo de la cristiandad.
Tomás se negaba a reconocer que Jesús había
resucitado. El testimonio de sus condiscípulos no era suficiente para aceptar
tremendo acontecimiento. Sus compañeros eran otros, pues habían cambiado
radicalmente. Su forma de ver el mundo, su fe, su esperanza y su alegría de
vivir, no obstante las persecuciones, era algo que le llamaba la atención, pero
no para aceptar que El Hombre estuviera vivo.
Sus compañeros se mostraron muy respetuosos
con Tomás y no lo rechazaron ni lo presionaron para que aceptara este gran
acontecimiento, esta Buena Noticia. Si el Evangelio se impone deja de ser
Evangelio. Los procesos individuales son diferentes y hay personas que tardan
más tiempo en experimentar a Jesús resucitado en sus vidas. Nosotros tampoco
podemos presionar a nuestros seres queridos, amigos o familiares a que acepten
a Jesús como salvador, sólo porque estamos convencidos que él es el Mesías
resucitado. Si la persona está abierta a una experiencia nueva, llegará el
momento en que se encuentre con Jesús resucitado, como le pasó a Tomás.
Los detalles de la narración quieren
expresar cómo la resurrección de Cristo se hizo tan real en la vida de Tomás,
de tal manera que no le quedó ninguna duda de ese acontecimiento. Esa
experiencia hizo que Tomás expresara su alegría con estas palabras: ¡Señor mío
y Dios mío!
Exhortación final
(Tomado de B.
Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 473)
Te
bendecimos, Padre, porque gracias a tu Hijo Jesucristo,
cuya
resurrección alumbró una humanidad y un mundo nuevos,
los
creyentes podemos tener una sola alma y un solo corazón,
testimoniando
así el amor que él nos mandó y vivir como hermanos.
Señor,
tú que eres más fuerte que nuestras divisiones,
perdona
nuestro desamor, recelos, mezquindad y desconfianzas.
Queremos
vivir unidos como hermanos en Jesús, para ser
y
aparecer como una comunidad signo de Cristo resucitado;
comunidad
de fe a la escucha de la palabra, comunidad de amor
y
de vida, comunidad eucarística y de oración, comunidad
misionera,
valiente y de puertas abiertas al mundo. Que así sea.
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