Color: BLANCO
Domingo, 24 de mayo de 2020
CITAS BÍBLICAS
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Primera lectura: Hch 1,1-11: Galileos, ¿qué hacen ahí parados mirando al
cielo?
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Salmo Responsorial: 46: Dios asciende entre aclamaciones.
- Segunda lectura: Ef 1, 17-23: Que él conserve su luz en el corazón de
ustedes.
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Evangelio: Mt 28,16-20: Yo estoy siempre con ustedes hasta el
fin de los tiempos.
Glorificado
El
piloto y cosmonauta ruso Yuri Alexéievich Gagarin, primer ser humano que viajó
al espacio, el 12 de abril de 1961, a bordo de la nave Vostok 1, comentaba con
cierta sorna que no había visto a Dios por ninguna parte durante su vuelo.
Podemos pensar, erradamente, que la ascensión de Jesús fue subir literalmente
hacia el cielo, por la creencia de que Dios está allá arriba en algún lugar,
sentado en su trono rodeado de ángeles. Así nos lo han mostrado las
representaciones artísticas, las películas, muchas predicaciones fantasiosas y
la creencia popular.
Ubicándonos
en el mundo antiguo, la ascensión era una forma narrativa de la época para
realzar el fin glorioso de un gran hombre. Dichas narraciones tenían el
siguiente esquema: 1) Se describe una escena con espectadores. 2) El personaje
famoso dirige sus últimas palabras al pueblo, a sus amigos o a sus discípulos.
3) Es arrebatado al cielo. La narración de Lucas, no es la única. Tito Livio,
historiador, presenta a Rómulo, primer rey de Roma, ascendido en una nube y
venerado posteriormente como dios. De
igual manera es presentada la ascensión de Heracles, Empédocles, Alejandro
Magno y Apolonio de Tiana. En la literatura bíblica encontramos a Elías (2Re
2,1-18), así como una breve referencia a Henoc (Gen 5, 24).
Entonces
¿la narración de Lucas fue un invento y debemos archivarla? ¡No! Lo que narró
Lucas no fue una verdad histórica sino una verdad teológica. Con el relato de
la ascensión él quiso decir que Jesús había sido glorificado. La resurrección y
la ascensión son un mismo acontecimiento narrado en distintos tiempos y con
distintos matices para dar una enseñanza de manera pedagógica. Toda esa
historia fantástica, propia del mundo antiguo, quiere indicarnos que a Jesús,
el condenado y asesinado en la cruz, Dios lo resucitó, puso todo bajo sus pies
y le dio la primicia absoluta, haciéndolo cabeza de la Iglesia, como dice la
segunda lectura. A ese hombre que no quiso ser Dios, que no quiso ser rey y que
comprendió que no había venido a este mundo para ser servido sino para servir,
Dios lo había exaltado como Señor de la nueva creación y cabeza de la nueva
humanidad.
En
este sentido, el cielo no es un lugar al que iremos si nos portamos bien, sino
una situación en la que seremos transformados si nos abrimos a la gracia y al
amor de Dios. Con la ascensión no se dice que Jesús se haya anticipado a la
ciencia moderna y hubiera emprendido un viaje hacia el espacio. Él subió al
cielo, quiere decir, que está en Dios, triunfante, glorificado. La nube que lo
cubre no es un fenómeno meteorológico, es el signo de la presencia de Dios (Ex
25,15; 1Re 8,10; Mc 9,7).
¿Jesús ascendió y está sentado a la derecha de Dios?
¡Claro que sí! Está en Dios, en la gloria del Padre porque cumplió a cabalidad
su voluntad salvífica (Mc 16,19). Él está allá, ahora nos toca a nosotros
continuar su obra. Leemos este relato no sólo para contemplarlo y menos para
quedarnos en discusiones triviales, sino para animarnos a continuar su obra salvadora. Una y otra vez se ha repetido:
éste es el tiempo de la Iglesia, ahora es nuestro turno como discípulos y
misioneros. Éste es el tiempo de la Iglesia. ¿Qué hacen ahí parados mirando al
cielo? le reclamaron los personajes a los apóstoles en Galilea. ¿Qué hacemos
como cristianos y como Iglesia ante los acontecimientos de nuestra ciudad, de
nuestro país, de nuestra aldea global? ¡Cuidado con quedarnos ahí parados
mirando al cielo! ¡Cuidado con convertir la iglesia, comunidad de amor, en una
institución anquilosada, anacrónica, cerrada a los signos de los tiempos y en
pieza de museo! ¡Cuidado con convertir el Evangelio y su punzante aguijón en un
analgésico!
Esto no es tarea fácil y nos podemos desviar de
camino. Por eso, necesitamos el espíritu de la sabiduría y la revelación, la
luz en el corazón, la riqueza y el esplendor del amor de Dios para conocer cada
vez más sus caminos (Ef 1,17-18 – segunda lectura).
Y como no somos capaces por nuestras propias fuerzas,
contamos nada menos que con la fuerza de Dios. Se trata, como dice Pablo (Ef
1,19-21) del mismo poder y de la misma fuerza que Él desplegó al resucitar a
Cristo de entre los muertos y darle asiento a su derecha en el cielo, por
encima de todos los tronos y grandezas, poderes y autoridades, y de todos los
seres en este mundo o en el otro. Esa es una poderosa razón para mantener viva
la esperanza en la construcción de una humanidad nueva. Esa es una poderosa
razón para comprometernos como Iglesia en la Causa de Jesús.
En el Evangelio encontramos una teofanía
(manifestación de Dios) del resucitado en una montaña. Como la montaña de la
tentación del poder (Mt 4,8), la montaña de las bienaventuranzas (Mt 5,1ss), o
la montaña de la transfiguración (Mt 17,1ss). La actitud de los discípulos ante
Jesús glorificado no fue la misma: unos se postraron, es decir, le creyeron y
pusieron toda su confianza en Él, y otros dudaron.
El mensaje del Evangelio es muy concreto y diciente: a
Jesús, quien rechazó la tentación del poder y llevó una vida pobre en el
espíritu, le ha sido entregado todo poder en el cielo y en la tierra. En medio
de un mundo que exalta a los hombres exitosos sin importar que estos hayan
depuesto la dignidad de muchos seres humanos por exaltar sus bajos instintos de
poder, el Evangelio presenta como paradigma a Jesús muerto y glorificado, el
único que tiene verdadero poder en el cielo y en la tierra.
Inmediatamente viene el envío misionero de Jesús a sus
discípulos en un monte de la mal vista y despreciada Galilea de los gentiles.
Él sabe para qué es la autoridad. El pleno poder que Dios le ha dado a Jesús lo
emplea no para vanagloriarse sino para enviar a sus discípulos a todos los
pueblos con una misión muy concreta: bautizarlos, es decir, incorporarlos a una
comunidad discipular, y enseñarles a guardar todo lo que él ha mandado. El
envío misionero viene acompañado de una promesa muy alentadora: “Yo estoy siempre con ustedes hasta el fin de los
tiempos.” (Mt 28,20). Él no nos prometió la ausencia de problemas y la paz
perpetua, es más, muchas veces insistió en la necesidad de asumir la cruz. Pero
sí nos prometió su presencia hasta el fin de los tiempos, es decir, hasta la
victoria final, hasta que en Cristo todas las cosas lleguen a su plenitud.
Oración
Padre, te bendecimos porque hoy de
nuevo nos das la oportunidad de abrirnos a ti con confianza. Te damos gracias
porque nos permites abrazarte y dejarnos abrazar por esa fuerza primigenia de
amor, de ternura, de alegría y de esperanza, que nos hará sentir hijos. Gracias
por nuestra historia de salvación, por tu mano generosa que la conduce y por
tantos hermanos y hermanas con quienes compartimos cada día esta buena noticia.
Gracias especialmente por tu Hijo Jesucristo, el hermano mayor de nuestra
familia, a quien resucitaste de entre los muertos y está glorificado en ti.
Te pedimos que nos ayudes a vivir con la
grandeza humana que vivió Jesús. A asumir la misión que él nos ha encomendado:
la continuación de su obra salvadora. Te entregamos todo lo que vivimos hoy:
nuestra realidad personal, familiar, comunitaria, social, eclesial… todo lo ponemos
en tus manos. Tú conoces nuestras inquietudes, nuestros problemas, nuestros
obstáculos, nuestros conflictos… tú conoces nuestros sueños, nuestros ideales,
nuestras ilusiones, nuestras alegrías, todo… Todo lo presentamos con fe. Nos
abrimos a esa gracia, a esa fuerza, a esa energía maravillosa que procede de
ti, ese poder, el mismo que desplegaste para resucitar a tu Hijo de entre los
muertos y que ahora lo despliegas a favor nuestro, los creyentes.
Ahora nos disponemos a trabajar con gozo por tu obra
salvadora. Nos disponemos a seguir con alegría tu plan de salvación, a vivir el
bautismo, y a incorporar a otras personas para que experimenten vida en
nuestras comunidades. Cuenta con nosotros, contamos contigo y con la presencia
constante de Jesús nuestro hermano mayor y del Espíritu, hasta el final de los
tiempos, hasta la plenitud… amén.
Ascensión del Señor. Ciclo A
24 de mayo de 2020
Hechos que son Noticias
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