martes, 20 de noviembre de 2018

Homilía Jesucristo, Rey del Universo. Tiempo Ordinario. Ciclo B


Reino de verdad y vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz...”
Color: BLANCO                 II Semana del Salterio

Solemnidad que es como una síntesis de todo el misterio de la Salvación. Con ella se cierra el año Litúrgico, después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la Creación, y de nuestras vidas.

Todas las fiestas de Cristo lo son de Cristo Rey, pues este es su estado actual y definitivo: desde su Resurrección, y para toda la eternidad, reina el Señor nuestro Dios, dueño de todo... Hoy queremos celebrar todos sus triunfos en una sola fiesta, especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único Soberano, ante una sociedad que parece querer vivir a espaldas de Dios, y no reconocer nada de esto...

Los textos de esta Misa nos muestran el amor de Cristo Rey, que establece su reinado no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre de Buen Pastor (IIº Lect. : “...Aquel que nos amó...”).

El Reino de Cristo es sal de la tierra, luz del mundo, fermento en la masa, signo de Salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores del Evangelio: la esperanza y la alegría eterna a todos los que estamos llamados. Por eso aclamamos en este día al Reino de Cristo como “Reino de verdad y vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz...” 

Este es el Reino de Cristo: a él estamos llamados a participar, y nuestra misión es extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo. Ante los que piensan que la fe consiste en “una serie de prohibiciones morales”, nos tachan a los creyentes de reprimidos y fanáticos, y se conforman con un catolicismo a medias que no convence a nadie (ni a ellos); a los que quieren dejar a Dios “guardado” en la Iglesia, o arrinconarlo entre las costumbres pasadas de moda; ante los que se ríen o se burlan de los que tenemos fe, queremos afirmar, con nuestras palabras y nuestras obras, que aspiramos a que el Reino de Cristo brille en todos los corazones... también en el de ellos.

Cristo ya es el Rey de todo el universo. Pero este reino será absolutamente pleno y definitivo tras el juicio universal. Ese día, en que el Hijo del hombre vendrá lleno de poder y de gloria sobre las nubes del Cielo, será el día de los cielos nuevos y de la tierra nueva; día del triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, el dolor y la muerte.
Frente a todo esto, nuestra actitud de cristianos no puede ser pasiva (“mirando las nubes”). Todo nuestro ser, todas nuestras fuerzas deben estar comprometidas: es necesario 

que Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, por el conocimiento de sus enseñanzas y la recepción amorosa de esas verdades reveladas; 
es necesario que reine en nuestra voluntad, por la obediencia e identificación cada vez más plena con la voluntad divina. 
Es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se anteponga al amor de Dios; 
y en nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo; 
en nuestro trabajo, en nuestro camino de santidad, etc. ...

Esta fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad: la venida gloriosa que llenará los corazones, y secará para siempre toda lágrima de infelicidad... Pero al mismo tiempo, es un impulso a que adelantemos con nuestras obras las realidades de esta segunda venida, porque “la esperanza de una tierra nueva no debe aterrar, sino más bien estimular el empeño por cultivar esta tierra, en donde crece ese cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo. Los bienes de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad (todos los bienes de la naturaleza y los frutos de nuestro esfuerzo) los volveremos a encontrar después de que los hayamos propagados... y esta vez ya limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el Reino Eterno y universal” (Vat. II). Nosotros colaboramos con la extensión del reinado de Jesús cuando procuramos hacer más humano y más cristiano el pequeño mundo que nos rodea, el que cada día frecuentamos.

Porque no siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí. No es del mundo, pero está en el mundo (como Cristo y los suyos). No se confunde con el mundo porque tiene que ir transformándolo día a día, y por eso mismo tiene que estar presente y actuar en él.

Cuando rezamos el Padrenuestro, decimos “venga a nosotros tu Reino”: es el clamor por la más definitiva de las realidades cristianas. E inmediatamente, proclamamos la manera para ayudar a que el Reino venga: “hágase tu voluntad...” El Reino es la voluntad de Dios que debe ordenar todas las cosas, penetrándolo todo (como el fermento en la masa). Y la voluntad de Dios se llama Amor Misericordioso.

Celebrar la fiesta de Cristo Rey implica un compromiso: trabajar con todo empeño para que la voluntad de Dios se manifieste en todas las cosas. En nuestro corazón en primer lugar, y desde allí a todo lo que está a nuestro alrededor, hasta que llegue el día en que el Reino se manifieste en total plenitud, cuando todas las cosas estén definitivamente ordenas al servicio del hombre nuevo, y Dios sea todo en todos.
María...
Amén.

Cortesía de Catholic.Net

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