Domingo, 27 de octubre de 2019
CITAS BÍBLICAS
- 1ra lect.: Ecl 35,12-14.16-18
- Sal 33
- 2da lect.: 2Tim 4,6-8.16-18
- Evangelio: Lc 18,9-14
"Bienes y felicidad no
son equivalentes"
Un día de sol un
elefante se bañaba en un río de la jungla. Un ratón se acercó a la orilla y
contemplaba al elefante y le dijo: elefante, sal del agua.
-¿Por qué?
- Cuando salgas
te lo diré.
El elefante
salió del agua y le preguntó: ¿Qué quieres, ratón?
Sólo quería ver
si llevabas puesto mi traje de baño.
El domingo
pasado, el Señor nos decía que hay que orar siempre sin desanimarse y nos
contaba el cuento del juez malvado y la viuda persistente e insistente.
Hoy, el Señor
quiere denunciar "a los que se creen justos y desprecian a los
demás".
Hoy, el Señor
quiere sacar los colores a unos cuantos de nosotros. Y a través de estos dos
personajes del evangelio, el fariseo y el publicano, nos quiere hacer ver cómo
es Dios y cómo somos nosotros.
¿Cómo es el fariseo?
En su oración no
pide nada. Sólo habla y ora desde el Yo. Yo…
Juzga a los
otros, es justo, santo, bueno… No hay sitio para Dios en su vida. Su Yo lo
llena todo.
Para él Dios es
como el presidente de una gran corporación y el fariseo aspira a convertirse en
el director.
¿Tiene usted
problemas con las personas que vienen a la iglesia?
¿Verdad que
observa a la gente y se fija en si cantan, si responden, si saludan a los
hermanos? ¿Y los juzga? Y piensa, yo no soy como éstos.
El fariseo salió
del templo como entró: lleno de sí mismo pero vació de Dios.
Salió del templo
como entró: con su orgullo y su justicia pero sin la justicia ni el perdón de
Dios.
Su oración no
iba dirigida a Dios sino a la galería.
A Jesús no
le gustó nada esa actitud farisaica. Y por eso nos dice: "Ay de los que se
creen justos y desprecian a los demás".
¿Hay alguien
aquí que se cree justo y desprecia a los demás?
¿Alguien viene a
decirle a Dios y a los hermanos todo lo bueno que hace y lo bueno que se cree?
Cierto, ustedes
y yo hacemos cosas buenas.
Cuidamos de
nuestras familias. Educamos a los hijos. Venimos el domingo al templo. Ayudamos
a los vecinos y ayunamos en cuaresma. Cumplimos bien con nuestro trabajo.
Estudiamos la Biblia. Somos casi tan buenos como el fariseo.
Pero no venimos
aquí a cantar nuestros méritos y hazañas. Venimos a cantar las hazañas de Dios.
No venimos a
pasar la factura a Dios y pedirle que nos pague nuestros trabajos.
No venimos a
decirle que no somos como los que nunca vienen aquí, sólo Dios sabe lo que hay
en cada corazón.
A mi no me
preocupan las cosas buenas que hago. A mi me duelen las obras buenas que no
hago, los pecados que sí hago cada día y por eso vengo al templo, no como el
fariseo y sí como el publicano abrumado por el peso de mi pecado. No miro a los
demás, me miro a mi mismo, siempre necesitado del perdón de Dios.
Nadie es justo
ante Dios, pero todos somos justificados si nos reconocemos pecadores,
publicanos, ante Dios.
Nadie está en la
gracia de Dios, pero todos somos llenados de gracia si, arrepentidos, nos
acercamos a Dios.
Nadie puede
presumir de nada ante Dios, sólo la fe en él nos reconcilia con su amor.
La oración del
publicano es verdadera, la del fariseo es una oración falsa.
La oración tiene
que estar centrada en Dios. Sólo ora de verdad el que tiene una relación con
Dios. El es el origen, centro y fin de nuestra vida. El yo tiene que morir para
que el Espíritu hable por nosotros.
La oración tiene
que producir un cambio en nuestra vida.
Orar no es
intentar cambiar la mente de Dios, sus designios, orar es cambiar yo.
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