Domingo, 8 de septiembre de 2019
CITAS BÍBLICAS
- 1ra
lect.: Sab 9,13-19
- Sal
89
- 2da lect.: Film 9-10.12-17
- Evangelio: Lc 14,25-33
FANS DE JESÚS
En el verano de
1998 un hombre que vivía en Amsterdam fue a confesarse con su párroco.
“Padre, este es
mi pecado. Durante la segunda guerra mundial di refugio a un judío muy rico
para salvarle la vida de los Nazis.
El cura le dijo
que había hecho una acción que exigía mucha generosidad y valentía y le
preguntó: ¿por qué cree que ha cometido un pecado?
“Padre, le exigí
que tenía que pagarme 20 gulden por cada semana que estuviera en mi casa”.
La verdad es que
no debería sentirse muy orgulloso, pero lo hizo por una buena causa, le dijo el
cura.
“Gracias, Padre,
por su comprensión, pero tengo una pregunta más que hacerle.
¿Tengo que
decirle al judío que la guerra ya ha terminado?
Ser cristiano
tiene un precio.
Nuestro hombre
quiso hacer el bien pero no al estilo de Jesús sino al estilo de los hombres,
es decir, sin renunciar a la avaricia, sin sacrificar nada, haciéndose unas
rebajas, queriendo servir a dos señores.
Cuando llega el
tiempo de las rebajas los grandes almacenes se llenan de gentes que compran lo
que no necesitan simplemente porque está de rebajas.
El evangelio de
este domingo comienza así: “En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús”.
La gente de ayer
y la de hoy en este aburrimiento vital necesita descubrir una celebridad,
alguien a quien admirar y de quien poder hablar.
Muchos seguían a
Jesús, la celebridad del momento, por razones equivocadas.
Jesús obraba
signos maravillosos, era irreverente en su lenguaje, se acercaba peligrosamente
a los marginados, se reía de la ley…y mucha gente le seguía buscando su propio
interés.
Jesús tenía
todos los ingredientes de una celebridad y los que sólo veían su lado humano
terminaron admirando una mera celebridad durante un tiempo y luego se olvidaron
de él.
Hoy, en esta
cristiandad secularizada, los profesionales de la religión añoran los buenos
tiempos, los de ayer, las iglesias llenas, el prestigio del cura, la mucha
gente que aparentemente acompañaba a Jesús.
La medida de los
hombres es el número, número de fans, número de socios, número de fieles,
números de la cuenta corriente…
“Jesús se volvió
y les dijo: No puede ser discípulo mío el que no pospone a su familia, el que
no lleve su cruz detrás de mí, el que no renuncie a todos sus bienes”.
Jesús se vuelve
a sus fans y les grita sus avisos y sus condiciones.
Las celebridades
mundanas se contentan con los aplausos y los piropos de sus seguidores. Es muy
barato.
Jesús pone
condiciones que, a muchos, asustan.
Ser seguidor de
Jesús, ser cristiano, seguir el camino, es caro. Tiene un precio.
En la vida
cotidiana decimos: Mi familia, Mi dinero, Mi institución, Mi país… Todo gira en
torno a Mí, a mi libertad, a mi elección.
Somos poseídos
por el yo.
Jesús nos pide
relativizar todo lo que es pasajero y adherirnos a lo que es eterno.
El precio a
pagar es hacer de Dios el único necesario, el absoluto.
Nada ni nadie es
más que Jesús para un cristiano.
Nada ni nadie
merece mi absoluta lealtad, sólo Jesús.
Nada ni nadie es
digno de todo mi amor, sólo Jesús. “Pero tengo contra ti que has dejado tu amor
primero”.
Todo tiene un
límite. Sólo a Jesús, si quiero ser su discípulo, no le puedo poner límites.
Sólo Él es el primero en la lista de mis prioridades.
La religión en
espíritu y verdad es cara. A Jesús le costó nada menos que la vida.
Los seguidores
de Jesús, a pesar de nuestra buena voluntad, somos traicionados por nuestro
débil y ansioso corazón. El corazón se apega a las cosas, a las personas, al
dinero, al propio yo y le cuesta posponer ese falso oropel al Señor Jesús.
Queremos seguir
a Jesús sin dejar nada de lo que nos da seguridad.
Los seguidores
de Jesús, inmersos en este mundo, respiramos sus valores, admiramos sus ídolos,
la cruz se nos antoja dura y monstruosa, vivimos indecisos, amamos los dos por
igual y no acabamos de hacer la Gran Elección, elegir a Jesús.
Y a pesar
de las exigencias que Jesús impone a sus discípulos, su yugo es menos exigente
y da más alegría y libertad que el yugo de la Iglesia.
“Mi yugo es
suave y mi carga ligera” lo dice Jesús y es verdad.
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