TIEMPO ORDINARIO
Domingo, 16 de junio de 2019
- 1ra lect.: Prov 8,22-31
- Sal 8
- 2da lect.: Rom 5,1-5
- Evangelio: Jn 16,12-15
El
Dios uno y trino de nuestra fe
Para ventura nuestra el Espíritu de la verdad, que
Jesús nos da, es también Espíritu de amor, y es el amor lo que más ayuda a
conocer a las personas en profundidad.
Por eso para comprender plenamente a Dios, más útil que “saber cosas” de
él es amarlo y experimentar personalmente su paternidad, porque Dios es la
nueva y más gratificante dimensión de nuestra vida pequeña e incluso, a veces,
mezquina. Tal experiencia de Dios dilata nuestro corazón abriéndolo a la
esperanza. “Esta esperanza no defrauda,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 1-5).
El Dios de la revelación monoteísta de la biblia se
fue revelando progresivamente al hombre a través de la creación y de la
historia del pueblo del antiguo testamento.
Y alcanza su plena transparencia en el Hombre-Dios que es Jesús de
Nazaret, palabra e imagen suya en carne humana. ¿Quién es Dios? Jesús contesta:
Dios es Padre de los hombres, a quienes hace hijos suyos porque los ama; Dios
es Hijo que se hace hombre para liberar a los humanos del pecado y congregarlos
en la comunidad, pueblo y familia de Dios que es la Iglesia; Dios es Espíritu
Santo, don y amor, que nos santifica y nos da conciencia de nuestra adopción
filial. Este es el Dios, uno y trino, en
quien creemos.
Al revelarnos Jesús el misterio trinitario, nos
enseñó también con su palabra y su ejemplo a hablar a Dios con la familiaridad
que revela el padrenuestro. Y, consiguientemente, nos orientó al amor y a la
fraternidad universales.
Habremos de preguntarnos hoy con sinceridad qué
significa el misterio trinitario en nuestra vida de bautizados en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Nos dejemos guiar por el Espíritu de la
verdad? ¿Hemos realizado por la fe el encuentro personal con el Dios uno y
trino que mora en nosotros, en cada uno y en la comunidad eclesial de la que
formamos parte? Es evidente a todas
luces que queda excluida de nuestro esquema vital la servidumbre al pecado,
como incompatible con nuestra condición de redimidos por Cristo e hijos de
Dios.
Somos guiados por el Espíritu de Jesús siempre que
servimos a la verdad de la vida, a las relaciones y derechos humanos, al amor y
a la fraternidad, a la dignidad y la liberación integral del hombre; en una
palabra, siempre que servimos al reino de Dios que, como expresan las primeras
peticiones del padrenuestro, es la soberanía e imperio amoroso de la voluntad
de Dios en nuestra existencia personal, familiar, laboral y cívica.
Toda la estructura litúrgica de la celebración
eucarística es simultáneamente cristológica en su desarrollo, y trinitaria en
su intención final, como abiertamente lo expresa la doxología que cierra la
plegaria eucarística: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre
omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”. La
acción de gracias a Dios por parte de Jesucristo, que asocia a su función
sacerdotal tanto al presbítero que preside y actúa en su nombre como a la
comunidad celebrante y alabanza al Dios uno y trino.
Todo en la misa, desde el saludo a la despedida
tiene impronta trinitaria que es patente en todos los elementos: Gloria,
oraciones, credo, prefacio y plegaria central.
Así mismo la aclamación de la asamblea de escuchar la palabra: ¡te
alabamos, Señor! ¿Qué otra finalidad ha de tener nuestra vida sino glorificar a
Dios? Según escribió san Ireneo: la
gloria de Dios es el hombre que tiene su vida.
Entonces, repita usted conmigo: “GLORIA AL PADRE, y al HIJO, y al
ESPÍRITU SANTO”.
Exhortación Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 498)
Dios todo poderoso y eterno, uno y trino, tres veces santo,
¿cómo
nos atreveríamos a pronunciar tu nombre sublime
y llamarte Dios-Padre,
Dios-Hijo y Dios-Espíritu Sant,.
si Jesucristo, el Hijo de
Dios, no nos lo hubiera revelado?
Gracias, Padre, por el amor
que en Cristo nos manifestaste;
y gracias también, porque
abriendo el círculo trinitario,
nos admites en tu familia como
hijos de adopción por Cristo
y por el Espíritu que nos
impulsa a llamarte con verdad: ¡Padre!
Haz, Señor, que guiados por tu
Espíritu, nos conduzcamos
como hijos tuyos que viven
gozosos la conciencia de serlo,
y con nuestra vida te demos
culto y alabanza por siempre.
Amén.
Solemnidad de la Santísima
Trinidad
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