TIEMPO DE PASCUA
Domingo, 19 de mayo de 2019
- 1ra lect.: Hch
14,20-26
- Sal
144
- 2da
lect.: Ap 21,1-5a
- Evangelio:
Jn 13,31-33a.34-35
LA SEÑAL POR LA QUE NOS CONOCERÁN
El Evangelio de este V domingo de pascua pertenece al coloquio en que Jesús se despide de los suyos en la última cena. Como un padre que hace testamento, Jesús se limita a lo esencial y recuerda lo que más lleva dentro: “Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros, como yo los he amado. La señal por la que conocerán que son discípulos míos, será que se amen unos otros”. El mandato del amor fraterno, he aquí el testamento y la señal de identificación de sus discípulos; y signo también de su presencia invisible, pero real y perenne, entre ustedes.
Se trata de un
mandamiento nuevo y original de Jesús.
Así lo enfatiza él mismo. ¿Por qué? ¿En qué radica tal novedad? Además de la universalidad del amor que Jesús
presentó en el discurso del monte, la originalidad del mandamiento de Jesús
radica, por una parte, en su modelo Fontal. El amor del Padre al Hijo; y por
otra, en su medida práctica: el amor que Cristo nos tuvo. Amando en cristiano,
testimoniamos ambos aspectos a la vez.
Este mandamiento del
amor que nos da Jesús no es imposición de una ley exterior, sino consecuencia
del amor gratuito de Dios que nos ha precedido por medio de Cristo. De esa benevolencia recibida brota el amor
cristiano a Dios y a las personas; respuesta propia de bien nacidos, de los que
han nacido de Dios y lo conocen, porque Dios es amor, como nos dirá san Juan.
Además, como apunta
Jesús, e amor no es únicamente el deber consiguiente al hecho de pertenecer a
la comunidad eclesial, sino ante todo el elemento constitutivo de dicha
comunidad, desde la que desbordará el amor de Cristo al mundo. Jesús es la fuente del amor mutuo entre los
miembros de la comunidad, y el amor de éstos a
todos los seres humanos.
El amor, como la fe,
constituye el ser o no ser cristiano.
Del filósofo griego Diógenes se cuenta que andaba por el ágora de Atenas
con una linterna en pleno día repitiendo: “Busco a un hombre”. Quien buscara hoy a un cristiano ¿dónde lo
encontraría: en los templos, en las celebraciones de culto, en la misa y actos
devocionales?
¿Qué es lo que nos
distingue a los que creemos en Cristo?
El distintivo del cristiano ha de ser la fe que actúa por la
caridad. Ésa es la originalidad de la
vocación cristiana.
El amor que Dios Padre
nos tiene es lo que nos constituye personalmente cristianos. Y lo que nos
identifica como tales ante los demás es, según Jesús, el amor suyo que
comunicamos a los demás, a nuestros hermanos.
No podemos inventarnos otra señal distinta de la que él nos marcó: amar
como él nos ha amado. Por eso lo que hay que esperar de un creyente en Jesús el
Redentor de la humanidad es, sobre todo, que viva, testimonie y practique el
mandamiento del amor. Donde quiera que
haya un ser humano que ame a los demás en Dios y por Cristo, allí se delata un
cristiano. El amor que Cristo nos
preceptuó es un amor en perenne estado de misión al mundo, para crear comunidad
y personas. Éste será el aval de la
autenticidad de nuestras eucaristías y de toda nuestra vida cultual.
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo,
San Pablo, España, 1995, p. 483)
“Ámense como yo los he amado; así los reconocerán como de los míos” ,
perdona nuestra falta de
seriedad. Te dejamos mal muchas veces,
porque no nos amamos unos a
otros como tú mandaste en la cena.
Después de tantos años de
cristianismo todavía no hemos aprendido
la lección. Suspenso
anual durante siglos y siglos.
Cambia, Señor, nuestro corazón
de piedra por otro de carne.
Transvasa tu Espíritu de amor
a nuestro interior anquilosado.
Y cuando hayamos desterrado
por completo de nuestro estilo
el egoísmo, la soberbia, el
desdén, la frialdad y la revancha,
entonces los demás nos
reconocerán como tus discípulos.
Amén.
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