domingo, 5 de mayo de 2019

HOMILÍA: IV Domingo de Pascua. Ciclo C


TIEMPO DE PASCUA
Color: Blanco:

Domingo, 12 de mayo de 2019

-         1ra lect.: Hch 13,14.43-52
-         Sal 99
-         2da lect.: Ap 7,9.14b-17
-         Evangelio: Jn 10,27-30

EL PASTOR Y LOS PASTORES

En este domingo se proclama como evangelio la tercera y última parte de la parábola del buen pastor, que se lee fragmentada en los tres ciclos de este IV Domingo de Pascua. Ciclo A: Jn 10, 1-10. Ciclo B: Jn 10, 11-18 y Ciclo C: Jn 10, 27-30.
Este pasaje resalta la comunión de vida que Cristo crea con sus fieles.  Dos son las disposiciones fundamentales para recibir la vida que Él ofrece: conocimiento del pastor y escucha de su voz.
La figura de Jesús, el buen pastor, dice relación primeramente y ante todo a sus fieles, es decir, a la comunidad creyente; pero también, en segundo lugar, a los que en el pueblo de Dios continúan el pastoreo de Cristo sobre su grey, reflexionamos hoy sobre el ministerio pastoral del sacerdote.
En las cartas pastorales del Nuevo Testamento, especialmente en las de san Pablo, se mencionan numerosos carismas y ministerios en las primeras comunidades.  Unos y otros ministerios y carismas, son dones de Dios a determinadas personas para el crecimiento y servicio del grupo creyente. La comunidad los necesita, y es ella, la beneficiaria.  La gran diversidad inicial de servicios eclesiales se fue reduciendo posteriormente, de suerte que en las cartas pastorales de Pablo se concretan prácticamente en tres ministerios: obispos, presbíteros y diáconos, encargados de presidir y servir a la comunidad cristiana.  Este trío clásico se da ya por establecido en la comunidad cristiana de principio del siglo II, a juzgar por el testimonio de san Ignacio de Antioquía.
A los presbíteros se les comenzó a llamar sacerdotes a partir del siglo III; así Tertuliano, y sobre todo san Cipriano.  El Concilio Vaticano II, citando al de Trento, afirma: “El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos” (LG 28).
Hay grupos religiosos que nos critican porque nosotros llamamos padres a nuestros presbíteros (sacerdotes), basándose en que Jesús ordenó no llamar padre a nadie, más que a Dios.  Nosotros llamamos padres a nuestros sacerdotes porque son nuestros padres en el sentido espiritual, ejercemos la paternidad cuando cuidamos a los débiles y nos ocupamos de su asistencia y acompañamiento sicológico, aunque algunos hayan fallado, en muchos de nuestros campos el sacerdote es síndico, médico y abogado de los pobres.
Cabría preguntarse ¿cómo llamamos a nuestros progenitores?.
Quiero resumir esta reflexión de hoy en esta fecunda síntesis pragmática: “No se edifica comunidad cristiana alguna si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la eucaristía, por la que debe consiguientemente comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.  Esta celebración para ser sincera y plena, debe conducir tanto a las varias obras de caridad y a la ayuda mutua como a la acción misionera y a las diversas formas de testimonio cristiano” (PO 6,5).
Exhortación final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 480)
Bendito seas, Padre, porque cuidas de tu pueblo con amor
Y por medio de Cristo lo proteges y le das vida en abundancia.
Tú ha constituido a Jesús sacerdote y pastor de la Iglesia,
Y nadie podrá arrebatarle las ovejas que tú le has encomendado.

Te damos gracias porque Cristo confió su misión pastoral
A hombres sacados del pueblo para transmitir tu palabra,
Administrar los sacramentos y presidir la comunidad de fe,
Sirviendo a sus hermanos con amor y solicitud pastoral.
Así perpetúa Jesús, el Buen Pastor, su pastoreo entre nosotros.

Pero la mies es mucha y los trabajadores son pocos.
Te pedimos, Señor, que envíes vocaciones a tu Iglesia.
Amén






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