TIEMPO DE PASCUA
Domingo, 12 de mayo de 2019
- 1ra lect.: Hch
13,14.43-52
- Sal 99
- 2da lect.: Ap 7,9.14b-17
- Evangelio: Jn 10,27-30
EL PASTOR Y LOS PASTORES
En este domingo se proclama como evangelio la tercera y última parte de la parábola del buen pastor, que se lee fragmentada en los tres ciclos de este IV Domingo de Pascua. Ciclo A: Jn 10, 1-10. Ciclo B: Jn 10, 11-18 y Ciclo C: Jn 10, 27-30.
Este pasaje resalta la comunión de vida que Cristo crea con sus
fieles. Dos son las disposiciones
fundamentales para recibir la vida que Él ofrece: conocimiento del pastor y
escucha de su voz.
La figura de Jesús, el buen pastor, dice relación primeramente y ante
todo a sus fieles, es decir, a la comunidad creyente; pero también, en segundo
lugar, a los que en el pueblo de Dios continúan el pastoreo de Cristo sobre su
grey, reflexionamos hoy sobre el ministerio pastoral del sacerdote.
En las cartas pastorales del Nuevo Testamento, especialmente en las de
san Pablo, se mencionan numerosos carismas y ministerios en las primeras
comunidades. Unos y otros ministerios y
carismas, son dones de Dios a determinadas personas para el crecimiento y
servicio del grupo creyente. La comunidad los necesita, y es ella, la
beneficiaria. La gran diversidad inicial
de servicios eclesiales se fue reduciendo posteriormente, de suerte que en las
cartas pastorales de Pablo se concretan prácticamente en tres ministerios:
obispos, presbíteros y diáconos, encargados de presidir y servir a la comunidad
cristiana. Este trío clásico se da ya
por establecido en la comunidad cristiana de principio del siglo II, a juzgar
por el testimonio de san Ignacio de Antioquía.
A los presbíteros se les comenzó a llamar sacerdotes a partir del siglo
III; así Tertuliano, y sobre todo san Cipriano.
El Concilio Vaticano II, citando al de Trento, afirma: “El ministerio
eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por
aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y
diáconos” (LG 28).
Hay grupos religiosos que nos critican porque nosotros llamamos padres a
nuestros presbíteros (sacerdotes), basándose en que Jesús ordenó no llamar
padre a nadie, más que a Dios. Nosotros
llamamos padres a nuestros sacerdotes porque son nuestros padres en el sentido
espiritual, ejercemos la paternidad cuando cuidamos a los débiles y nos
ocupamos de su asistencia y acompañamiento sicológico, aunque algunos hayan
fallado, en muchos de nuestros campos el sacerdote es síndico, médico y abogado
de los pobres.
Cabría preguntarse ¿cómo llamamos a nuestros progenitores?.
Quiero resumir esta reflexión de hoy en esta fecunda síntesis
pragmática: “No se edifica comunidad cristiana alguna si no tiene su raíz y
quicio en la celebración de la eucaristía, por la que debe consiguientemente
comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad. Esta celebración para ser sincera y plena,
debe conducir tanto a las varias obras de caridad y a la ayuda mutua como a la
acción misionera y a las diversas formas de testimonio cristiano” (PO 6,5).
Exhortación final
(Tomado de B.
Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 480)
Bendito seas, Padre, porque
cuidas de tu pueblo con amor
Y por medio de Cristo lo
proteges y le das vida en abundancia.
Tú ha constituido a Jesús
sacerdote y pastor de la Iglesia,
Y nadie podrá arrebatarle las
ovejas que tú le has encomendado.
Te damos gracias porque Cristo
confió su misión pastoral
A hombres sacados del pueblo
para transmitir tu palabra,
Administrar los sacramentos y
presidir la comunidad de fe,
Sirviendo a sus hermanos con
amor y solicitud pastoral.
Así perpetúa Jesús, el Buen
Pastor, su pastoreo entre nosotros.
Pero la mies es mucha y los
trabajadores son pocos.
Te pedimos, Señor, que envíes
vocaciones a tu Iglesia.
Amén
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