martes, 26 de febrero de 2019

HOMILÍA: VIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C


Color: Verde

Domingo, 3 de marzo de 2019


Sagrada Escritura:

Primera: 1 Rey 19, 16. 19-21
segunda:
Gal 5, 1. 13-18
Evangelio:
Lc 9,51-62


Érase una vez una joven pianista que daba su primer concierto. El público en silencio y con fervor escuchaba la música que brotaba de sus dedos disciplinados. Todos tenían los ojos clavados en la joven pianista. Al final del concierto todos puestos de pie aplaudieron a rabiar. El manager se acercó a la pianista y se deshizo en alabanzas. Y le dijo: Mira, todos están de pie aplaudiéndote, menos ese viejito de la primera fila.
La pianista entristecida le contestó: "Sí, pero ese viejito es mi maestro".
Sólo el maestro podía juzgar la actuación de su discípulo con autoridad.
Y sólo el Maestro con mayúscula, Jesús, puede juzgar hoy a su pueblo aquí reunido. Si el no aplaude, mala señal.

El domingo pasado, Jesús nos mandaba "amar a los enemigos". Amar no como sentimiento, sino amar como decisión, acto de voluntad, querer amar a pesar del miedo al sufrimiento.
Hoy, Jesús nos cuenta cuatro cortas parábolas para decirnos cómo tienen que ser las relaciones en la comunidad cristiana.
"¿Puede un ciego guiar a otro ciego?"
Si Jesús nos estuviera dando un consejo más no tendría gran importancia, no han faltado hombres a lo largo de la historia que han dado buenos consejos. Jesús es más que un buen consejo y más que una frase que repetimos, Jesús es una manera de vivir.
Jesús es una llamada a vivir nuestras responsabilidades.
Un buen guía conoce el camino, los obstáculos del camino y el final del camino.
Todos somos guías de alguien y al mismo tiempo todos somos guiados por alguien.
Sí, los padres guían a sus hijos, los maestros a los alumnos, los sacerdotes a los fieles, el jefe de la ganga a sus compinches…
¿Cuál es mi responsabilidad? ¿A quién tengo que guiar? ¿Quién depende de mí?
¿Soy guía ciego o veo con claridad? ¿Asumo mi responsabilidad o me desentiendo? ¿Guío a los míos con el ejemplo o soy motivo de escándalo con mi vida desordenada?
Como creyentes somos guiados por el mejor de los guías, Jesús.
Si nos dejamos guiar por Jesús, si le escuchamos y le miramos a Él, seguro, seguro que nosotros seremos también guías que ven claro, guías que se sacrifican por sus hijos, por sus alumnos, por sus feligreses… guías que no tiran la toalla y hacen el camino hasta el final.
"El discípulo no es más que su maestro".
¿Podría usted nombrar a tres personas que hayan influido, hayan dejado huella en su vida? ¿Sus tres mejores maestros?
Para muchos de nosotros los tres mejores maestros han sido: el padre, la madre y Jesús.
Las primeras y las mejores lecciones las aprendimos en la casa. El mundo visto a través de los ojos de los padres. El trabajo y el descanso, el amor y el perdón, la alegría y las lágrimas, el cariño y los gritos, los premios y los castigos, la iglesia y la casa, la vida dada por los hijos.
De la mano, nuestros padres nos llevaron a otro maestro: a Jesús. Había cosas que los padres no sabían, hay cosas que nosotros no sabemos y Jesús se presenta como el maestro que sabe y nos enseña. Jesús es "el maestro de la vida".
Los niños, hoy, tienen Internet, la televisión y ahí aprenden muchas cosas. Tienen personas que los cuiden, pero ¿tienen padres?
Para aprender las cosas de Dios sólo tenemos un maestro, Jesús. Las cosas de Dios se transmiten de persona a persona, de creyente a creyente. La fe es una persona, Jesús.
Para saber lo que pasa en el mundo tengo la televisión y el Heraldo Soria.
Para saber de Dios tengo que acudir al Maestro. Sólo Él me lo puede dar a conocer.
Aquí venimos a escuchar a Jesús. Nunca sabremos más que Él, nunca seremos como Él, siempre seremos discípulos que quieren estar con El.
¿Es Jesús el mejor maestro de su vida?
¿Ha dejado huellas profundas en su vida?
"La mota y la viga".
Sí, hay que denunciar el mal y hay que manifestarse contra la injusticia.
Jesús nos avisa de una gran tentación: agrandar el mal de los demás e ignorar el mal que anida en nuestro corazón. Y nos invita a cambiar el corazón ya que nunca terminamos de convertirnos. La crítica siempre tiene que empezar por uno mismo.
"El árbol bueno".
El discípulo de Jesús se reconoce por sus obras, no por sus palabras. Los actos, las obras, son las que dicen si uno cree o no, si uno ama o no, si uno espera o no.
La boca habla de la abundancia del corazón.



VIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
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