lunes, 12 de noviembre de 2018

Trigésimo Tercer Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo B

Camino de FE: Comentando la Palabra

Trigésimo Tercer Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo B
Color: verde           I Semana del Salterio



Los textos de hoy (Dn 12 y Mc 13) fácilmente podrían utilizarlos aquellos grupos pseudo religiosos, aves de mal agüero, que suelen gritar en sus templos y en las plazas, o anunciar en sus psicodélicas publicaciones, que reparten a granel, el fin del mundo y el exterminio de todo ser viviente que no esté con ellos. Siembran el terror con sus amenazas de una inminente destrucción de la tierra porque, según ellos, el pecado del hombre está haciendo que se acabe la paciencia Dios y de un momento a otro él va a tomar venganza. Infunden pánico a los carácteres débiles y presionan psicológicamente para que se unan a su grupo, pues dicen ser la única religión verdadera. Por lo tanto, la única salida para salvarse.
Estos grupos, para defender lo propio y ponerlo en la cumbre de la perfección, acuden al antiguo y falaz argumento de desprestigiar las obras de los demás. Para asegurar que su religión es verdadera, dicen que las demás son falsas. Para decir que su religión es la mejor, que las demás son las peores. Para decir que su religión es la única que lleva a Dios, pregonan que las demás llevan a la perdición porque encarnan a la bestia del Apocalipsis (Ap. 17,1ss).
Muchos despistados caen ingenuamente en sus trampas y se vuelven aún más fanáticos que ellos. La ignorancia de mucha gente la hace presa fácil del engaño, pues como dijo Einstein: “la ciencia sin religión cojea, la religión sin ciencia es ciega”[1]; y un ciego no puede guiar a otro ciego (Mt 15,14).
Ayudados de las ciencias humanas (Exégesis, Hermenéutica, Escriturística, Historia, Arqueología, etc.), hoy sabemos que estos textos no son anuncios del fin del mundo ni amenazas de exterminio. Daniel encarna la reacción de una escuela religiosa apocalíptica, frente al totalitarismo del rey sirio  Antíoco IV Epífanes 168-165 a.C. El capítulo 13 de Marcos pertenece al llamado discurso escatológico, dado después de la destrucción de Jerusalén por parte de las legiones romanas, como represalia al levantamiento de los guerrilleros celotes quienes pretendían, con el apoyo del pueblo, liberar a Israel de la bota romana (66 – 70 d.C.) Pero los celotes fracasaron en su intento, y los romanos no sólo aplacaron la insurrección sino que acabaron con todo. No dejaron títere con cabeza: ciudades, sembrados, instituciones, sinagogas, el templo, ¡todo!
Estos dos textos están escritos con el género literario apocalíptico. Apocalipsis quiere decir revelar, quitar el velo y hacer presente algo que ya lo estaba, pero en forma oculta. La literatura apocalíptica, con un leguaje simbólico, hace una lectura del presente; no es una precognición del futuro. En esa lectura del presente condena el orden imperial esclavista que genera exclusión y por lo tanto caos para los excluidos. Es un juicio a la historia: “Busca reconstruir la conciencia, para hacer posible la reconstrucción de un mundo diferente.”[2]
Algunos biblistas de la exégesis liberal, calificaron toda la apocalíptica como un movimiento extramundo, cósmico, fuera de la historia y al margen de la sociedad política. Pero, aunque se vieron muchos rasgos de este tipo, la literatura apocalíptica es fundamentalmente una protesta contra la historia escrita y manipulada por los poderosos. Manifiesta el drama que vive el ser humano y su deseo de cambio: “dichoso aquel que sepa esperar y alcance mil trescientos treinta y cinco días” (Dn 12,12). Es una experiencia existencial, realista, que ve a Dios como fuente de la vida.
En un lenguaje mítico, narra el deseo del pueblo para que termine la forma organizativa de este mundo (fin del mundo) y el principio de otro. Manifiesta el anhelo utópico de que el dolor, las privaciones, la opresión, la miseria, la guerra y todo lo que desintegra al ser humano, se acaben y lleguen la paz y la felicidad. La apocalíptica es consciente de lo difícil que es llegar a eso; por ello afirma que el deseado cambio será largo e irremediablemente sólo puede esperarse de Dios.
El fragmento de Daniel que hoy leemos, anuncia la intervención de Dios en favor de sus fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. En medio de la crisis desatada por la invasión helénica, el libro de Daniel hace un llamado a la esperanza, a no renunciar ante la fehaciente violación de sus derechos por parte del imperio de la muerte. Invita a rechazar el señorío de los opresores, quienes a filo de espada se mostraban como dueños absolutos del tiempo y de la historia. Ellos brillaban como estrellas mientras opacaban al pueblo y lo hacían dormir bajo la tierra. No emitían una luz generosa capaz de alumbrar, sino una llamarada voraz que consumía lo que le correspondía al pueblo generando miseria y dolor.
Daniel le dice al pueblo que ese poder no va a durar para siempre. Que Dios va a intervenir para salvarlo y que quienes van a brillar no serán los poderosos sino los sabios: “Los sabios brillarán como  brilla el firmamento, y los que hayan guiado a los demás por el camino recto brillarán como estrellas para siempre.
Jesús (o el evangelio de Marcos que pone en boca de Jesús estas palabras), no hablaba de una tribulación futura sino de la gran tribulación por la que pasaba la comunidad cristiana en ese momento. La referencia a la conmoción cósmica descrita como estrellas que caen y un gran ejército de astros que se tambalean, el sol y la luna que se oscurecen, etc., son una forma muy antigua de describir la caída de algún rey o de una nación opresora. En aquella época, el sol y la luna eran representaciones de divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás astros y las potencias del cielo, representaban a los jefes que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos, sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).
Jesús anuncia no tanto la caída de un imperio y la subida de otro, sino los efectos liberadores de su evangelio. Lo que debía venir no era el reinado de Jesús, como nuevo monarca absoluto, sino el reinado de Dios, que integraría a todos en un mismo amor. Para rescatar al ser humano dominado por las fuerzas del mal, se debían acabar los sistemas injustos que se erigían como astros en el firmamento humano. Los sistemas que generaban destrucción y muerte, aunque muchas veces se disfrazaban de soluciones vitales, debían acabarse. 
¿Se anuncia del fin del mundo? ¡Claro que se anuncia el fin del mundo! Pero no del mundo en cuanto cosmos, sino del mundo en cuanto estructura de poder, simbolizado por los astros del cielo y los ejércitos celestes. “Su finalidad es dar esperanza a un grupo que tiene problemas, mediante la interpretación de su situación terrenal actual, a la luz de una existencia sobrenatural y de futuro, para influir en el conocimiento y conducta de su auditorio mediante la autoridad divina”.[3]
A la luz de la literatura apocalíptica podríamos hacer hoy una lectura del presente y descubrir cómo muchos de nuestros hermanos viven la gran tribulación. Cómo abunda la idolatría en nuestro mundo postmoderno y cómo unos seres humanos  se erigen como absolutos del mundo y de la historia, y, encumbrados como los astros del cielo, absorben la savia de los pobres para mantenerse bien alto. “Nuestro mundo quiere hacer pasar el lucro, la productividad, el poder, el progreso técnico, el logro y la eficacia antes que la libertad, la calidad de vida y la dignidad humana. Los valores del imperio se presentan como absolutos pues ellos sustentan la unidad y la potencia, el único dios que se tolera es el que declare la supremacía de los ganadores”.[4]
Naturalmente, el cambio causa un poco de temor y, a veces, el miedo es tanto, que se asume la tan negativa actitud de quien dice: es mejor malo conocido que lo bueno por conocer. Pero ese cambio, más que miedo debe causar alegría; tanto como la alegría de los ciegos cuando ven la luz, o la de los encarcelados y oprimidos cuando son liberados.
En medio de la gran tribulación por la que pasan muchos hermanos nuestros, y por la que podemos pasar también nosotros por alguna circunstancia, tenemos la tarea de hacer presente al Hijo del Hombre, vencedor de la muerte. Cristo resucitado en medio de nosotros tiene la capacidad de devolver la armonía a las personas y a los pueblos.
En vez de perder tiempo y energía a tantas necedades catastróficas, fruto de lecturas descontextualizadas de la literatura apocalíptica, de mentes trastornadas y deseosas de protagonismo, pongamos mano a la obra. Se hace necesario en estos momentos una actitud de fe, de resistencia y de esperanza activa, para hacer posible un mundo diferente con la ayuda de Dios. Porque Jesús ha vencido al mundo (Jn 16,33b), otro mundo es posible. Todos debemos comprometernos con la desaparición de toda estructura desintegradora al interior o al exterior del ser humano, y con la reconstrucción de un mundo nuevo en el cual reinen la paz y la armonía. Ésa es, hoy, la tarea de la comunidad que sigue a Jesús.
Oración
Oh Dios, Padre y Madre, te damos gracias: sabemos que siempre podemos contar contigo. Tú nunca abandonas a tu pueblo y siempre te manifiestas a favor nuestro, especialmente en medio de las adversidades más grandes. Te damos gracias por la forma como has intervenido en nuestra historia, siempre para salvarnos, siempre para conducirnos a una vida plenamente feliz.
Hoy te entregamos nuestras pequeñas o grandes tribulaciones. Te entregamos a las personas que pasan por la gran tribulación. Tú conoces las personas que viven grandes dramas: afectivos, emocionales, sociales, laborales… problemas de desempleo, hambre, persecución, desplazamiento, desnutrición, abusos, explotación, miseria, falta de sentido de la vida… Todos aquellos que ven su vida como en un callejón sin salida, los ponemos en tus manos grandes y generosas.
Te entregamos, Padre Dios, su anhelo y nuestro anhelo de que todas esas cosas, toda esa gran tribulación sea superada y venga una nueva vida. Reafirmamos nuestra convicción de que todo puede ser mejor. Creemos firmemente que tú eres la fortaleza en nuestra debilidad, la luz en medio de la oscuridad y que contigo se gesta, en medio de nuestro mundo convulsionado, un nuevo orden, con una verdadera armonía, paz y justicia para todos. La miseria, el dolor y la muerte, no nos van a vencer porque tú estás con nosotros y contigo reinan la vida, la alegría, el amor y la felicidad.
Señor Jesús, creemos firmemente en tu presencia viva en medio de nosotros. Creemos firmemente que tú venciste el odio, el dolor y la muerte. Por eso te sentimos cerca en medio de todas las situaciones difíciles. Ayúdanos a enfrentar con sabiduría nuestras propias tribulaciones para salir victoriosos de todas ellas, con la fuerza de tu Espíritu, así como tú saliste victorioso de la muerte. En ti descansamos tranquilos, enfrentamos la vida y buscamos los cambios necesarios con serenidad. En ti nos alegramos y confiamos plenamente nuestra vida, porque en ti está ya nuestra victoria. Amén.

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