Domingo, 23 de febrero de 2020
CITAS BÍBLICAS
I Lec. Lev 19,
1-2. 17-18
Salmo Responsorial 50
II Lec. 1
Cor. 3, 16-23
III Lec. Mateo. 5,38-48
¡Perdóname, Jesús, Sáname!
Esta es una historia verdadera. Sucedió en Canadá. Es la historia de dos
agricultores que vivían cerca el uno del otro.
Un día el perro
de uno de ellos se soltó y a dentelladas mató al niño de dos años de su vecino.
El padre del
niño angustiado cortó la comunicación y la relación con su vecino y los dos
hombres vivieron en amenazante enemistad durante años.
Y un buen
día el fuego arrasó la propiedad del agricultor dueño del perro y destruyó su
granja y sus herramientas.
No podía ni
labrar sus tierras ni sembrarlas y su futuro era negrísimo.
Pero a la mañana
siguiente se despertó y encontró sus tierras labradas y listas para la siembra.
Preguntó y supo
que el que había hecho esta buena acción no era otro que su enemigo, su
angustiado vecino.
Con mucha
humildad salió en su busca y le preguntó por qué lo había hecho.
Su respuesta fue
la siguiente: “Labré tus tierras para que Dios siga vivo”.
El amor
cristiano es mucho más que afecto y amistad, es perdón y reconciliación, es
gracia y resurrección.
El domingo
pasado hablábamos de los diez mandamientos, las diez “Palabras” del Sinaí.
Jesús nos
comentaba las “Palabras” desde su interior y nos exhortaba a sus seguidores a
superar la mera letra y a profundizar en su espíritu, a vivirlas desde su
auténtica dimensión, la del amor.
Jesús no nos
manda nada, no es un legislador, no ha venido hasta nosotros con un código de
leyes que hay que cumplir bajo pena de cárcel, multa o muerte, cielo o
infierno, decimos los cristianos, para eso ya están las leyes y prohibiciones
de los hombres.
Jesús ha venido
para inspirarnos, para animarnos a vivir la armonía plena con Dios, con los
hombres todos y con la naturaleza, su creación.
Como decía el
agricultor canadiense para que Dios siga viviendo y destruyendo el muro que nos
separa, el odio.
“En el pasado se
os dijo; Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo:
Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”.
DIOS PERDONA. SU
OFICIO ES PERDONAR.
Pinturichio,
famoso pintor italiano, estaba muy enfermo y su esposa le decía que tenía que
confesarse y estar preparado para el gran viaje.
Él le
contestaba. Yo he hecho bien mi oficio, he pintado los mejores cuadros y espero
que Dios haga también su oficio y me perdone. Y día tras día retrasaba el
sacramento de la reconciliación, tan convencido estaba del perdón de Dios.
¿NOSOTROS
PERDONAMOS? ¿Amamos a los enemigos, a los que nos hieren con sus palabras y sus
acciones?
Para los
cristianos perdonar es más que una palabra tomada de los libros de autoayuda,
es una exigencia de Jesús. “Perdonen y serñan perdonados”, Lucas 6, 37.
Los seguidores
de Jesús debemos perdonar como Dios nos perdona sin reservas, sin condiciones,
totalmente. Nosotros tenemos el ejemplo de Jesús y el plus del evangelio.
Pero el
ejercicio del perdón debiera ser universal.
¿Por qué y para
qué llevar el peso del odio al hombro día tras día?
¿Por qué vivir
atados a las personas que odiamos?
Perdonar de
corazón, tal vez, no le haga mucho bien a la persona odiada pero a mí me hace
libre, me hace bien física y mentalmente y me da la paz al liberarme del fardo
odioso que cargo a las espaldas.
DEL PERDÓN AL
AMOR
Si a mí,
cristiano y cura, me resulta difícil perdonar, no menos difícil me resulta amar
a los de cerca y a los que no me caen bien, a mis enemigos, a los que me
critican…
El amor, según
Jesús, más que un sentimiento cálido es una decisión, más que búsqueda de mi
bienestar, es querer el bienestar de próximos y lejanos, de amigos y de
enemigos, deseo sincero de que estén bien, no les suceda nada malo y ¡ojalá!
cambien de vida y de corazón.
El amor
cristiano a los enemigos exige, a veces, denunciar y criticar sus proyectos
injustos, egoístas y asesinos.
¿QUÉ HACEN DE
EXTRAORDINARIO? Nos pregunta Jesús.
Ahí afuera se
hace lo ordinario: quiero a los que me quieren, saludo a los que me saludan,
doy a los que me dan, invito a los que me invitan, presto a los que me prestan…
Aquí adentro se
nos pide hacer lo extraordinario, nos lo aconseja Dios que hace salir el sol
para todos.
Extraordinario
es: perdonar a todos, renunciar a la venganza, sufrir la injusticia, orar por
los que nos persiguen, amar a los enemigos, dar con generosidad, ser más como
Jesús, el hombre para los demás. El hombre más extraordinario.
Un rey riquísimo
decidió entregar un brillante de valor incalculable a aquel de sus hijos que
hiciera la hazaña más heroica.
El hijo mayor
mató un dragón. El segundo con su espada derrotó a diez hombres armados. El más
pequeño se encontró a su mayor enemigo durmiendo en el campo y lo dejó seguir
durmiendo. ¿A quién premió el rey?
Yo, hombre
ordinario y pecador, me olvido, a sabiendas, de eso de ser “perfecto como mi
Padre es perfecto”, me gozo en mi debilidad, en mi imperfección, para que Dios
pueda seguir actuando en mí. Huyo de la maldición de la perfección. Los perfectos
redondos y llenos de si mismos pasan de Dios. No lo necesitan. Se bastan solos.
VII Domingo del Tiempo Ordinario
23 de febrero de 2020
Hechos
que son Noticias
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