Domingo, 2 de febrero de 2020
CITAS BÍBLICAS
I Lec. Malaquías 3, 1-4
Salmo Responsorial 23
II Lec. Hebreos 2, 14-18
III Lec. Lucas 2,
22-40
Por manos de María se ofrece a Jesús
Cuando
nacía un niño en una familia india, recibía un regalo muy especial. Su padre
hacía una bolsa de cuero, era la bolsa de las medicinas del hijo.
La madre ponía
en la bolsa dos cosas y el padre otras dos.
Se la entregaban
al hijo que la guardaría en un lugar muy especial. Cuando moría la bolsa de las
medicinas era también enterrada con él.
Cuando el hijo
era capaz de comprender los padres le decían lo que había en la bolsa.
La madre siempre
ponía un poco de tierra y un trozo de cordón umbilical para recordar a su hijo
que venía de la tierra y de una familia y que nadie se hacía a sí mismo.
El padre ponía
una pluma de ave que había quemado un poco y la mezclaba con las cosas de la
madre. La pluma del pájaro simboliza el vuelo y cada uno tiene que encontrar su
lugar en el mundo.
Nadie sabía
nunca cuál era la segunda cosa que el padre había puesto. Los hijos intentaban
adivinarlo pero nunca se lo decían.
Esta cosa
secreta representaba el misterio de la vida. Y en el centro de todos los
misterios está Dios.
Hermoso regalo.
Símbolo que da que pensar. Nos vincula a todos a la tierra, a una familia y a
Dios.
¿Qué es un
pueblo sin tradiciones, sin ritos, sin historias que contar?
¿Qué sería un
dominicano sin una tambora, un mejicano sin los mariachis, un ecuatoriano sin
chumir… un hombre sin religión y sin un misterio que celebrar?
Lucas en el
evangelio de hoy nos cuenta una hermosa tradición judía.
Según la
tradición, María tenía que purificarse después de su alumbramiento y tenía que
ofrecer a Dios a su hijo primogénito, a Jesús, y volverlo a recuperar
ofreciendo un sacrificio.
Con esta
tradición se recordaba que Dios es el Señor de la vida, que los hijos son de
Dios y nosotros los recibimos como una gran bendición.
María y José,
según la tradición, cargaron con su hijo y se fueron a Jerusalén, al Templo,
para cumplir con la ley.
Camino largo,
ansiedad por llegar, alegría al divisar, en la distancia, la torre del templo.
Y allá en
el templo encuentro con muchos otros padres viviendo la misma tradición.
María y José
conocían su religión y la vivían. Eran obedientes a su Dios y encontraban en él
la fuerza para vivir felices y en paz con todos.
Aquel día pasó
algo que no estaba escrito y no formaba parte de la tradición.
El Espíritu
Santo habló.
¿Y qué pasa
cuando el Espíritu habla?
Se siente la
presencia de Dios.
El corazón se
regocija.
Se experimenta
la presencia de la salvación.
Los ojos ven,
los oídos se abren y la boca canta las alabanzas de Dios.
La paz del
perdón invade todo el ser.
El Espíritu
habló a través del viejo Simeón. Simeón, ese día, dejó de ser el eterno
centinela y tomando al niño en sus brazos y poseído por el Espíritu dio su
testimonio.
Mis ojos
cansados ven al que es la luz de las naciones, la gloria de Israel y la
salvación de todos.
María y José
como tantos padres cumplían con su tradición y su ley. Y no saldrían del
asombro porque no esperaban esa escena de novela. Y para colmo escuchan
"una espada atravesará tu corazón".
Cuando
regresaron a casa, cuántas cosas que contar y que callar.
Esta historia se
cumple también entre nosotros cada domingo.
Nosotros tenemos
también una tradición muy hermosa. Las madres traen a sus hijos para
presentarlos al Señor y a la comunidad.
Los niños que
bautizamos también los signamos con la señal de Cristo y les damos la bienvenida
a la comunidad.
Ustedes quieren
que sus hijos sean bendecidos y adoptados por Dios.
Ustedes quieren
que sus hijos sean miembros de una familia más grande, de la iglesia.
Ustedes quieren
que sus hijos reciban una herencia más rica que unas tierras o un puñado de
euros, la herencia de la fe.
Ustedes quieren
que sus hijos tengan muchos héroes que admirar, pero quieren que Jesús sea más
que un héroe, un modelo de vida.
Pero déjenme que
les diga una cosa, ustedes quieren poco a sus hijos.
En nuestras
familias hay muchas Marías y pocos Josés. Los hombres tienen cosas más
importantes que hacer: cazar, jugar al golf, sembrar…
Padres, quieran
más a sus hijos. Quiéranse más a ustedes mismos. En la bolsa de las medicinas
de sus hijos para el camino de la vida pongan también el misterio, la fe, la
tradición y la necesidad de celebrar a Jesucristo todos los domingos.
Esta sociedad
devora nuestras costumbres y nos reduce a autómatas, robots que trabajan y
consumen.
Venir al templo,
padres e hijos, es respirar otro aire, dar sentido a las aventuras de cada día,
celebrar que somos más que hombres y mujeres, somos de Dios y vamos a Dios.
Y ojalá que
hoy, aquí y ahora, hable también el Espíritu a través de cada uno de nosotros.
Que sus ojos
vean la luz de Cristo.
Que sus oídos
escuchen su voz.
Que sus labios
se abran y alaben a Dios.
Que sus
corazones experimenten la paz del perdón.
Y no
olviden la espada del dolor, tan presente en la vida de cada día, y la espada
de la soledad y la espada de la tentación de la carne y la espada de las mil
preguntas sin respuesta y la espada de la muerte.
Cuanto más
queridos, más probados.
Cuanto más
queridos, más llamados a vivir la profundidad, la espada de la fe.
Hechos que
son Noticias
No hay comentarios.:
Publicar un comentario