Domingo, 13 de octubre de 2019
CITAS BÍBLICAS
-1ra lect II Reyes 5, 14-17
-Salmo 97
-2da lect II Timoteo 2, 8-13
-3ra lect Lucas
17, 11-19
"Los milagros, signos
del Reino"
Érase una vez un
niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del
océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó
para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua.
Dos días más
tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero.
Cuando lo encontró le preguntó: "¿Es usted el que se lanzó al agua para
rescatar a mi hijo?
-"Sí, yo
soy", respondió.
-La madre le
dijo: "¿Y dónde está el gorro de mi hijo?
El evangelio de
hoy nos recuerda una dimensión profunda de toda vida cristiana: la
gratitud, la acción de gracias. Creer, tener fe, es ser agradecidos a Dios que
actúa en las cosas normales de cada día.
Muchas veces
vemos a Dios en los acontecimientos extraordinarios y venimos a darle gracias
porque algo inesperado y bueno nos ha sucedido, pero hay que ver a Dios en la
vida de cada día: en el trabajo, en las luchas, en las benditas peleas y
enfados… Dios es nuestro compañero y Padre cada día. Y casi siempre pasa
desapercibido.
La gratitud es
una actitud necesaria. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para
nosotros.
Hermanos,
contemplen este edificio, esta iglesia y esta cruz que nos preside, todo es don
de Dios y nosotros estamos aquí por la gracia de Dios.
Dios nos ha
traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y
tenemos es su don, su regalo.
Y nos
recuerda también, miren a los hermanos, que muchos de sus dones, como esta
iglesia, nos vienen a través de otras personas que no conocemos y que han
vivido antes que nosotros.
¿Somos
conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada, sin merecerlo?
¿Da gracias a
Dios todos los días?
Sin el
agradecimiento, nuestra salvación está incompleta, nuestras familias, nuestra
iglesia y nuestro mundo está en peligro.
"Jesús,
maestro, ten compasión de nosotros", gritaban los leprosos.
Jesús no hizo
nada. Sólo los mandó presentarse a los sacerdotes, ir al templo.
Ya están los
impuros, purificados.
Ya están los
apartados, integrados.
Ya están los
leprosos, sanados.
Ya están los
alejados, probados en la obediencia y la fe.
Nueve eran
judíos y fueron al viejo templo de Jerusalén, a la vieja ley y a los viejos
sacrificios.
Sólo uno,
samaritano, pagano, cayó en la cuenta que Jesús, al que habían gritado
todos: "Señor, ten compasión de nosotros," era el nuevo templo, la
nueva alianza, el nuevo perdón, el nuevo rostro de Dios.
Y se volvió
para ofrecerle a él un sacrificio de acción de gracias.
La purificación
sólo produjo la fe en el extranjero. El convertido, el que vuelve a Jesús
vuelve a dar gracias.
Gracias por la
sanación, por la dignidad humana recuperada, por la amistad de Dios que es
gratis, por encontrarse con Jesús el que desafía todas las fronteras y tiene
compasión.
Hay una fe que
pide y se va a sus quehaceres, a su rutina, y olvida.
Hay una fe que
mira a Jesús, le da gracias todos los días y ve a Dios en los acontecimientos
sencillos de la vida.
Nosotros somos
los diez leprosos que venimos a gritar a Jesús. "somos impuros",
"Señor, ten compasión de nosotros".
Y podemos quedar purificados.
No te vayas al
viejo templo, a la vieja alianza, a los viejos sacrificios, al corazón duro.
Ven al único
templo, a Jesús. Él te hace puro, él te ofrece un nuevo Padre, un nuevo amor y
ofrece el único sacrificio de acción de gracias, la eucaristía.
¿No sanaron los
diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿El único que ha vuelto es este extranjero?
Orar es tener a
alguien a quien podemos dar gracias.
La gratitud es
una actitud siempre necesaria.
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