miércoles, 9 de octubre de 2019

HOMILIA: XXVIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C

Color: Verde

Domingo, 13 de octubre de 2019

CITAS BÍBLICAS


-1ra lect II Reyes 5, 14-17
  
-Salmo 97

-2da lect II Timoteo 2, 8-13

-3ra lect Lucas 17, 11-19

"Los milagros, signos del Reino"
Érase una vez un niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua.
Dos días más tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero. Cuando lo encontró le preguntó: "¿Es usted el que se lanzó al agua para rescatar a mi hijo?
-"Sí, yo soy", respondió.
-La madre le dijo: "¿Y dónde está el gorro de mi hijo?
El evangelio de hoy nos recuerda una dimensión profunda de toda vida cristiana: la gratitud, la acción de gracias. Creer, tener fe, es ser agradecidos a Dios que actúa en las cosas normales de cada día.
Muchas veces vemos a Dios en los acontecimientos extraordinarios y venimos a darle gracias porque algo inesperado y bueno nos ha sucedido, pero hay que ver a Dios en la vida de cada día: en el trabajo, en las luchas, en las benditas peleas y enfados… Dios es nuestro compañero y Padre cada día. Y casi siempre pasa desapercibido.
La gratitud es una actitud necesaria. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros.
Hermanos, contemplen este edificio, esta iglesia y esta cruz que nos preside, todo es don de Dios y nosotros estamos aquí por la gracia de Dios.
Dios nos ha traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es su don, su regalo.
Y nos recuerda también, miren a los hermanos, que muchos de sus dones, como esta iglesia, nos vienen a través de otras personas que no conocemos y que han vivido antes que nosotros.
¿Somos conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada, sin merecerlo?
¿Da gracias a Dios todos los días?
Sin el agradecimiento, nuestra salvación está incompleta, nuestras familias, nuestra iglesia y nuestro mundo está en peligro.
"Jesús, maestro, ten compasión de nosotros", gritaban los leprosos.
Jesús no hizo nada. Sólo los mandó presentarse a los sacerdotes, ir al templo.
Ya están los impuros, purificados.
Ya están los apartados, integrados.
Ya están los leprosos, sanados.
Ya están los alejados, probados en la obediencia y la fe.
Nueve eran judíos y fueron al viejo templo de Jerusalén, a la vieja ley y a los viejos sacrificios.
Sólo uno, samaritano, pagano, cayó en la cuenta que Jesús, al que habían gritado todos: "Señor, ten compasión de nosotros," era el nuevo templo, la nueva alianza, el nuevo perdón, el nuevo rostro de Dios.
Y se volvió para ofrecerle a él un sacrificio de acción de gracias.
La purificación sólo produjo la fe en el extranjero. El convertido, el que vuelve a Jesús vuelve a dar gracias.
Gracias por la sanación, por la dignidad humana recuperada, por la amistad de Dios que es gratis, por encontrarse con Jesús el que desafía todas las fronteras y tiene compasión.
Hay una fe que pide y se va a sus quehaceres, a su rutina, y olvida.
Hay una fe que mira a Jesús, le da gracias todos los días y ve a Dios en los acontecimientos sencillos de la vida.
Nosotros somos los diez leprosos que venimos a gritar a Jesús. "somos impuros", "Señor, ten compasión de nosotros".  Y podemos quedar purificados.
No te vayas al viejo templo, a la vieja alianza, a los viejos sacrificios, al corazón duro.
Ven al único templo, a Jesús. Él te hace puro, él te ofrece un nuevo Padre, un nuevo amor y ofrece el único sacrificio de acción de gracias, la eucaristía.
¿No sanaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿El único que ha vuelto es este extranjero?
Orar es tener a alguien a quien podemos dar gracias.
La gratitud es una actitud siempre necesaria.

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