HOMILÍA: XV Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C
Color: Verde
Domingo, 14 de julio de 2019
Deuteronomio
30, 10-14
Colosenses 1, 15-20
“Vete y haz tu lo mismo”
El ritualismo y
el legalismo reinaban en el tiempo de Jesús y estaban por encima de las
necesidades reales del ser humano. Se hacía lo que estrictamente mandaba la Ley
y se evitaba lo que esta prohibía, por encima de las situaciones particulares,
que eran muy diversas, como diverso es el ser humano, según su contexto. Los
especialistas en defender esta corriente eran los maestros de la Ley.
Precisamente fue un
maestro de la Ley quien lanzó la pregunta a Jesús: ¿Qué debo hacer para ganar
la vida eterna? Por el simple hecho de ser judío y además, por ser un doctor de
la Ley, debía saberlo con sobrada razón. Él no se acercó porque de verdad le
interesara la enseñanza de Jesús, sino porque quería probarlo.
Jesús le respondió
con de una forma típica entre los maestros antiguos: con otra pregunta, para
forzar a que el estudiante descubra por sí mismo la respuesta. Lo remitió a la
Ley, pero no sólo a lo que dice la Ley, sino a la forma como el doctor la
interpretaba: “¿Qué está escrito en la Ley?” ¿Qué es lo que en ella lees?”
El doctor hizo de
manera rápida una maravillosa síntesis de los 613 preceptos promulgados por los
fariseos y de los 10 mandamientos del decálogo (Dt 6,5 y Lv
19,18). Los resumió en dos: Amar a Dios y al prójimo. Jesús aprobó la
respuesta y lo invitó sencillamente a hacerlo vida. Esa era y es uno de los
grandes problemas de las religiones. Muchos discursos, grandes ideales, grandes
sueños de amor, de fraternidad universal, pero muchas veces se quedan en buenas
intenciones.
El doctor quería
justificar su pregunta y probarlo en otra de las grandes discusiones entre los
rabinos:“ ¿Quién es mi prójimo?”
Los rabinos
coincidían en afirmar que todo compatriota judío era prójimo. Pero disentían en
las exclusiones. Algunos aceptaban como prójimos también a los prosélitos (los
no judíos que entraban en un proceso para asumir la religión judía). El no
judío era considerado una ser indigno de Dios y un ser de inferior calidad
frente a Dios y por lo tanto frente a ellos, que se consideraban así mismos, el
pueblo elegido. El prójimo era el judío, especialmente el judío cumplidor de la
Ley, pues la forma para estar cerca de Dios era el cumplimiento estricto de la
Ley y la participación en el culto.
Jesús propuso
algo distinto. A Él poco le interesaba la ortodoxia, es decir la recta
doctrina, que defendían tanto los legistas. Para los doctores lo más importante
era tener todo claro y sin ningún error doctrinal. Jesús se mostró más
interesado en la ortopraxia, es decir, por la recta manera de actuar. Sí es
importante tener cosas claras, pero no tanto para una pureza mental sino con el
fin de tener una mejor calidad humana. Por eso las dos invitaciones fueron a
hacer vida esa claridad mental que tenía el doctor: “Haz esto y vivirás…”
“Vete y haz tu lo mismo”.
Jesús no
respondió con argumentos filosóficos y ni siquiera con argumentos bíblicos.
Respondió con una parábola que presenta a una persona necesitada. Se trataba de
un ser humano cualquiera. No se dice de dónde era, cómo pensaba, qué religión
tenía, cuál era su filiación política o su rol. Sencillamente alguien a quien
se le había lesionado profundamente su dignidad humana; alguien que estaba
medio muerto.
Los bandidos de
ayer y de hoy no se interesan por la persona, sino por aquello que le puedan
quitar para calmar una sed insaciable que nunca pasará hasta que cambien de
lógica. Los bandidos son seres totalmente vacíos de sentido humano y llenos de
un egoísmo que los condena a sobrevivir sembrando cizaña y recogiendo sus
amargos frutos.
Los tres
personajes que pasaron después de los bandidos vieron al ser humano tirado en
el camino. El sacerdote y el levita eran clérigos, el primero de mayor rango
que el segundo. Los dos eran funcionarios del templo y se dedicaban a trabajos
sagrados. Estos personajes vieron al ser humano tirado al borde del camino y siguieron
de largo. Desde la parte legal no cometieron ningún error. Es posible que
fueran para el templo y por lo tanto no podían tocar a un herido porque
quedaban impuros y entonces no podían ejercer su trabajo.
La gran
diferencia la marcó el tercer personaje. Este hombre hizo suyo el dolor del
caído. Esa es la compasión: sentir con el otro. A los bandidos, al sacerdote y
al levita, no les interesó el dolor del otro. A unos les interesó el dinero que
le podían robar y a los otros les interesó cumplir con la Ley y el culto.
El hombre que
tuvo compasión era un samaritano. Para los judíos, los samaritanos eran
herejes. Un hereje es aquel que se aparta de la verdadera fe, de la recta
doctrina y de la verdadera religión. Las religiones muchas veces se tornan orgullosas
y prepotentes, y se atreven a decir que quienes no piensan como ellos son
herejes.
Pues bien; este
hereje no reparó si el hombre tirado al borde del camino era un samaritano, un
judío, o un pagano, ni le interesó la ley de lo puro y lo impuro. No actuó
movido por la ley sino por la misericordia (compasión). Vale la penar analizar
con detenimiento los pasos que siguió el samaritano: a) Vio al ser humano
tirado al borde del camino. b) Sintió compasión, es decir, hizo suyo el dolor
del otro. Ese fue el punto de partida para marcar la diferencia. c) acercó al
herido. No basta con buenos deseos; hay que actuar. d) Limpió sus heridas con
aceite y vino. e) Lo montó sobre su propia bestia. Se incomodó y le ofreció lo
que tenía para movilizarse. f) Lo llevó a una posada donde cuidó de él. Vemos
seguidamente una buena utilización del dinero. El evangelio no está en contra
del dinero sino que cuestiona cómo el ser humano vende su vida para acumularlo
egoístamente. Como tenía que seguir su camino. g) Sacó lo equivalente a dos
jornales y se la dio al dueño de la posada. Además le prometió pagarle a su
regreso lo que gastara de más. El problema no es tener dinero sino permitir que
el dinero se convierta en Señor y desplace a Dios.
Jesús no se
detuvo en discusiones teóricas propias de los rabinos. Sencillamente lo invitó
a actuar como ese “hereje” desinteresado en la ortodoxia e interesado en la
ortopraxia. Lo invitó hacerse prójimo y a servir a todo aquel ser humano
necesitado. Vale la pena preguntarnos cómo es nuestra vivencia religiosa. ¿Cuál
es nuestro interés? ¿A que nos lleva la fe en el Dios de Jesús? ¿Estamos más
interesados en la pureza ritual y legal que en el ser humano necesitado?
¿Alguna vez hemos sido indiferentes antes el dolor humano y sin embargo nos hemos
acercado a al altar de Dios para presentar una ofrenda vacía de sentido? La
invitación es para todos. Sabemos que el amor a Dios y al prójimo es lo
fundamental: “Haz esto y vivirás…”, dijo Jesús. Sabemos que es preciso
hacernos prójimos de todo aquel ser humano necesitado: “Vete y haz tu lo
mismo”. Invitó finalmente Jesús al doctor, y hoy a todos nosotros.
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