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MORADO
Domingo, 24 de marzo de 2019
Primera
lect.: Ex 3,1-8.13-15
Sal 102
(103),1-4.6-8.11
Segunda
lect.: 1Cor 10, 1-6.10-12
Tercera
lect.: Lc 13 1-9
ANTES QUE SEA TARDE
A partir de este tercer domingo de Cuaresma la liturgia de la Palabra se
centra abiertamente en el tema de la conversión para la renovación
bautismal. La conversión antes que sea
demasiado tarde, es la respuesta adecuada a la paciencia de Dios. Como reza el lema del mes: “Conviértanse y
Crean en el Evangelio” (Mc 1, 15) y que yo quiero poner en primera persona: “YO
ME CONVIERTO Y CREO EN EL EVANGELIO”. Así habremos asimilado la lección de la
historia del pueblo de Israel. Aquí hay
que prestarle atención a la segunda lectura (I Cor 10, 1-6. 10-12), a quien
Dios reveló su nombre y lo liberó de la esclavitud de Egipto por medio de
Moisés, como vimos en Ex 3, en la primera lectura.
El Evangelio de este tercer domingo tiene dos unidades muy bien
diferenciadas:
1.- Comentario de Jesús a dos tristes sucesos: muerte violenta de unos
galileos y derrumbamiento de la torre de Siloé que aplastó a 18 hombres.
2.- Parábola de la higuera estéril.
Ambas unidades coinciden con urgencia de la conversión antes que se agote la paciencia de
Dios.
La desgracia no es castigo de Dios, sino ocasión y aviso para la
conversión, dice Jesús. La razón estriba
en que Dios no es vengativo ni se complace en la muerte del pecador sino que se
convierta y viva. A su vez, la parábola
de la higuera estéril refleja la misericordia de Dios y manifiesta su paciencia
que espera de nosotros frutos de conversión.
Dios es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia,
proclama el salmo (102). También es
tiempo de convertirse y dar fruto para Dios, aprovechando la oportunidad de la
cuaresma.
Convertirse es la respuesta y actitud adecuadas. Conversión que urge. No obstante, hay mucha diferencia entre vivir
la urgencia de la conversión como una amenaza o como una invitación
liberadora. En el caso de amenaza, la
inminencia del juicio de Dios crea angustia; como invitación liberadora, en
cambio, se trata de una llamada estimulante que genera gozo porque nos libra
del lastre que nos impide crecer como personas y como creyentes.
Para asimilar el espíritu del reino lo primero es dejar nuestros ídolos
y falsas seguridades para seguir la voz de Dios, descalzarnos ante él como
Moisés en la teofanía del desierto cuando Dios le reveló su nombre en la zarza
ardiendo, como vimos en la primera lectura.
La conversión del corazón a que nos urge la cuaresma, además de
expresarse en la vida y conocerse sus frutos tiene un sacramento que la
encauza: la penitencia o reconciliación, el sacramento del perdón donde Dios
nos reconcilia consigo y con los hermanos. La conversión se manifiesta también
en la virtud de la penitencia que verifica el cambio que vamos operando en la
dirección del reino de Dios. De ahí el
sentido penitencial de toda la vida cristiana.
Exhortación
Final
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo San Pablo, España, 1993, p. 454)
Te bendecimos, Padre, porque eres paciente y compasivo,
un Dios lento a la ira y rico en clemencia y bondad.
No quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Por eso nos invitas continuamente a una conversión liberadora;
pero nosotros estamos instalados muy a gusto en la mezquindad,
en la hojarasca estéril de una frondosidad tan sólo aparente.
Convierte, Señor, nuestro corazón a los valores de tu reino:
pobreza y desprendimiento, perdón y fraternidad, paz y concordia,
amor y justicia, alegría y generosidad, aguante y esperanza.
Así seremos hombres y mujeres nuevos, hijos de tu ternura,
cristianos maduros de verdad y guiados por tu Espíritu.
Amén.
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo San Pablo, España, 1993, p. 454)
Te bendecimos, Padre, porque eres paciente y compasivo,
un Dios lento a la ira y rico en clemencia y bondad.
No quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Por eso nos invitas continuamente a una conversión liberadora;
pero nosotros estamos instalados muy a gusto en la mezquindad,
en la hojarasca estéril de una frondosidad tan sólo aparente.
Convierte, Señor, nuestro corazón a los valores de tu reino:
pobreza y desprendimiento, perdón y fraternidad, paz y concordia,
amor y justicia, alegría y generosidad, aguante y esperanza.
Así seremos hombres y mujeres nuevos, hijos de tu ternura,
cristianos maduros de verdad y guiados por tu Espíritu.
Amén.
III Domingo de Cuaresma. Ciclo C
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