martes, 12 de marzo de 2019

HOMILÍA: II Domingo. Tiempo de CUARESMA. Ciclo C

Color: MORADO

Domingo, 17 de marzo de 2019

Sagrada escritura
Primera: Gn 15, 5-12.17-18
Segunda: Fil 3, 17-4
Tercera: Lc 9, 26b-36


LAS ARRUGAS DEL ESPÍRITU VS LAS ARRUGAS DE LA CARA


En Zaragoza no tenemos la oportunidad de ver esas aves rosas, de patas finísimas y de cuellos larguísimos, conocidas como los flamingos rosa.
Lo que yo no sabía es que no son siempre de ese color tan hermoso. Los tres primeros años de su vida son de un color gris tirando a verde. Nada hermosos. A los tres años estas aves se transfiguran y se convierten en esos pájaros maravillosos y elegantes que nosotros sólo vemos en las fotos.
¿Cuál es la razón de esa transfiguración? Su alimentación. Los flamingos comen algas y gambas. La comida que alimenta sus cuerpos es la que hace que sus plumas adquieran ese color rosa. Por sorprendente que nos parezca no deja de ser una curiosa manera de cambiar de look. 
El evangelio de la Transfiguración de Jesús, su cambio de aspecto, su gloria y su luz, es un evangelio incómodo. ¿Cómo hablar de una gloria que no hemos contemplado? ¿Cómo predicar la Transfiguración de Jesús cuando la única transformación que conocemos es la de las arrugas de la cara y las canas del pelo? Hasta nuestro espíritu se arruga en lugar de rejuvenecer.
“La Transfiguración, escribe Theillard de Chardin, termina por convertirse en la fiesta de mi predilección porque expresa exactamente lo que yo más espero de Cristo, que se realice en nosotros y a nuestros ojos la bienaventurada metamorfosis”.
Este universo transfigurado, cristificado, es un bello ideal sólo posible cuando el séptimo ángel toque la séptima trompeta y se haya consumado el misterio de este mundo. Cuando lleguemos a la Omega todo será transfigurado, todo será nuevo y bello y Cristo será nuestra gloria y nuestra luz. Mientras llega esa metamorfosis vivimos en la lucha aparentemente inútil de transformar las relaciones humanas y hacerlas más justas.
En la cima de la montaña, en la oración, en la conversación con los dos profetas y los dos olivos, Jesús se transfiguró, dejó entrever la totalidad de su identidad. 
Pedro, Santiago y Juan asistieron boquiabiertos al mejor show de la historia, contemplaron a un Jesús en su dimensión invisible, manifestado como Hijo de Dios, la teología de la gloria en acción. Como no se puede ver a Dios y seguir vivo, los discípulos dormían y no se enteraron de la película y no pudieron contar a nadie la experiencia en la cima de la montaña.
Nosotros no somos alpinistas, no hemos conquistado ningún siete mil y, tal vez, ni siquiera el pequeño Moncayo. Las cimas de las montañas no son ya para el hombre moderno lugares sagrados, han perdido la mística y se han convertido en mero deporte y publicidad.
El domingo pasado, domingo de la tentación, éramos invitados a dejarnos llevar por el Espíritu al desierto, al Gran Vacío, a simplificar nuestra vida, menos tiempo en los media y más tiempo en la oración y a alimentarnos de toda palabra que sale de la boca de Dios. 
Hoy, domingo de la Transfiguración, segundo domingo de la santa Cuaresma, somos invitados a dejarnos transfigurar y ser renovados en este encuentro con el Señor en la asamblea dominical. Dejemos que las arrugas surquen nuestras caras pero eliminemos las arrugas del corazón que son las que nos envejecen.
En esta iglesia, nuestro Tabor, montaña que los jóvenes no ascienden, porque fuertes y sabios, pasan de Dios y los mayores porque todo es miedo y ansiedad sentimos que nunca vamos a alcanzar la cima que se nos antoja inalcanzable.
Seguro que a todos nos ha costado llegar hasta aquí. Unos por la edad, otros porque han tenido que dejar el periódico a medio leer, otros porque no tenían ganas de venir y alguien les ha empujado…pero no importa, aquí estamos, en este Tabor en el que Jesús se nos quiere manifestar, en el que la nube del Espíritu nos quiere envolver y abrir el oído, en el que la voz del Padre nos va a hablar con la misma confesión bautismal: Este es mi hijo amado, escuchadle”, la misma confesión del Calvario en los labios del soldado romano: Verdaderamente este es el Hijo de Dios. 
El Tabor, un hermoso sueño. Ante la tumba, último Tabor que tenemos que ascender, de un ser querido, soñamos un hermoso sueño, pero que se hará verdad en la Transfiguración permanente de la resurrección.



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